LA CRUZ DE CRISTO
Por Paul Washer
Traducido por Diego Kim
Una de mis mayores cargas es que rara vez es explicada la Cruz de Cristo. No es suficiente decir “Él murió” – ya que todos los hombres mueren. No es suficiente decir “el murió noblemente”- ya que los mártires hacen los mismo. Tenemos que entender que no hemos proclamado en su llenura la muerte de Cristo con poder salvífico hasta que hallamos aclarado la confusión que la rodea y exponer su verdadero significado a nuestros corazones – Él murió llevando las transgresiones de Su gente, sufriendo el castigo divino por sus pecados: Él fue abandonado por Dios y molido bajo la ira de Dios en su lugar.
Cristo: el Desamparado de Dios
Uno de los pasajes más inquietantes, e incluso escalofriante, es el relato en las Escrituras de Marcos, la exclamación del Mesías al estar en la Cruz romana. Y exclamó:
"ELOI, ELOI, ¿LEMA SABACTANI?, que traducido significa, DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUE ME HAS ABANDONADO?"
A la luz de lo que sabemos sobre la naturaleza impecable del Hijo de Dios y su perfecta comunión con el Padre, es difícil entender las palabras de Cristo, aun así en ellas encontramos el significado de la Cruz expuestas, y encontramos la razón por la cual murió Cristo. El hecho que Sus palabras estén también documentadas en hebreo nos dice algo de suma importancia para ellos. ¡El autor no quería que mal-entendiéramos o que se nos escapara ni una sola cosa!
En estas palabras, Jesús no solo esta llamando al Padre, pero como Maestro consumado, Él también está dirigiendo a Sus espectadores y a todos los futuros lectores a una de las más importantes profecías mesiánicas del Antiguo Testamento – Salmo 22. Aunque todo el Salmo está lleno de profecías detalladas de la Cruz, solo nos concentraremos en los primeros seis versículos:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, de día clamo y no respondes; y de noche, pero no hay para mí reposo. Sin embargo, tú eres santo, que habitas entre las alabanzas de Israel. En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste. A ti clamaron, y fueron librados; en ti confiaron, y no fueron decepcionados. Pero yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo."
En los días de Cristo las Escrituras hebreas no estaban organizadas en capítulos y versículos numerados como los tenemos hoy. Así que cuando un rabino quería dirigir a sus oyentes a cierto Salmo o porción de la Escritura, lo hacia recitando las primeras líneas del texto. En esta exclamación desde la Cruz, Jesús nos dirige al Salmo 22 y nos revela algo del carácter y propósito de Su sufrimiento.
En los primeros dos versículos, escuchamos la queja del Mesías- Él se considera abandonado por Dios. Marcos utiliza la palabra griega egkataleípo, el cual significa desamparado, abandonado, o desertado. El Salmista utiliza la palabra hebrea azab, el cual significa: dejar, perder, o desamparar. En ambos casos, la intención es clara. El Mesías mismo es consciente que Dios lo ha desamparado y puso el oído sordo a Su llanto. Este desamparo no es simbólico ni poético. ¡Es Real! ¡Si alguna vez alguna criatura se sintió desamparada por Dios, éste fue el Hijo de Dios en la Cruz del Calvario!
En el cuarto y quinto versículos del Salmo, la angustia sufrida por el Mesías se vuelve más aguda al recordar la fidelidad del pacto de Dios hacia Su pueblo. Él declara (22:4-5):
"En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste. A ti clamaron, y fueron librados; en ti confiaron, y no fueron decepcionados."
La aparente contradicción es clara. Nunca hubo una instancia en la historia en la que el pueblo pactal de Dios hubiera visto a un hombre justo clamando a Dios sin ser rescatado. Sin embargo, el Mesías sin mancha cuelga del árbol completamente desamparado. ¿Cual podría ser la razón por el desamparo de Dios? ¿Por qué le dio la espalda a Su Hijo unigénito?
Entrelazado en el llanto del Mesías se encuentran las respuestas a estas preguntas inquietantes. En el tercer versículo, Él hace la declaración inquebrantable que Dios es Santo, y luego en el sexto versículo Él admite lo atroz – Él se había vuelto un gusano y ya no era un hombre. ¿Por qué utilizaría el Mesías tal lenguaje peyorativo hacia si mismo? Acaso se veía a si mismo como un gusano porque se había vuelto el “oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo” ¿o había una razón mas espantosa para Su auto-deprecación? Después de todo no clamó, “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me ha desamparado el pueblo?” ¡Sino que se esforzó en saber por que Dios lo había hecho! La respuesta puede ser encontrada en una amarga verdad solamente – el Señor había hecho que toda nuestra iniquidad cayera sobre Él, y como un gusano, Él fue desamparado y molido en nuestro lugar.
Esta metáfora oscura del Mesías agonizante no esta solamente en las Escrituras. Hay otros que nos llevan más a fondo al corazón de la Cruz y nos abre que “Él padezca mucho” en orden de ganar la redención de su gente. Si temblamos ante las palabras del Salmista, seremos llevados a oír al tres veces santo Hijo de Dios volverse la serpiente levantada en el desierto, y después, el cordero expiatorio que cargaba el pecado que se dejaba a morir solo.
La primera metáfora se encuentra en Números. Por la constante rebelión de Israel hacia Dios y su rechazo de Su provisión misericordiosa, Dios envío “serpientes abrasadoras” entre el pueblo y muchos murieron. Sin embargo, como resultado del arrepentimiento del pueblo y la intercesión de Moisés, Dios una vez más hizo provisión para su salvación. Él le ordenó a Moisés “Hazte una serpiente abrasadora y ponla sobre un asta” Él luego prometió que “todo el que sea mordido la mire, vivirá.”
Al principio parece contradictorio a la lógica que “la cura tuviera la semejanza de aquel que había herido.” Sin embargo provee una poderosa imagen de la Cruz. Los israelitas estaban muriendo del veneno de las serpientes abrasadoras. El hombre muere del veneno de su propio pecado. A Moisés le habían ordenado poner la causa de la muerte alto en un asta. Dios puso la causa de nuestra muerte sobre Su propio Hijo al colgar alto sobre la Cruz. Él había venido “en semejanza de carne de pecado” y fue “pecado por nosotros.” Los israelitas que le creyeran a Dios y miraran a la serpiente de bronce vivirían. El hombre que cree el testimonio de Dios según Su Hijo y le ve en fe será salvo. Como está escrito (Is. 45:22), “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.”
La segunda metáfora se encuentra en el libro sacerdotal de Levítico. Como era imposible que un solo sacrificio ilustrara o simbolizara completamente la muerte expiatoria del Mesías, un sacrificio involucrando dos corderos fue puesto ante el pueblo. El primer cordero fue inmolado como ofrenda expiatoria ante el Señor, y su sangre fue rociada en y delante del propiciatorio detrás del velo del lugar santísimo. Simbolizaba a Cristo quien derramó Su sangre en la Cruz para expiar por los pecados de Su pueblo. El segundo cordero era presentado ante el Señor como un cordero expiatorio. El Sumo Sacerdote imponía sus manos sobre el animal “ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel y todas sus transgresiones, todos sus pecados.” El cordero expiatorio entonces era enviado al desierto llevando la iniquidad del pueblo a un lugar solitario. Allí vagaría solo, desamparado de Dios y cortado de en medio del pueblo. Simbolizaba a Cristo quien “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz,” sufrió y murió solo “fuera del campamento.” Lo que era simbólico en la Ley se volvió una realidad insoportable para el Mesías.
¿No es asombroso que un gusano, una serpiente venenosa, y un cordero sean puestos como tipos de Cristo? Para identificar al Hijo de Dios con cosas “aborrecibles” seria blasfemo si no vinieran de los santos del Antiguo testamento “inspirados por el Espíritu Santo” y confirmados por los autores del Nuevo Testamento, quienes van mas allá en las descripciones sombrías. Bajo la inspiración del Espíritu Santo ellos son lo suficientemente audaces para decir que Aquel que no tuvo pecado “le hizo pecado,” y Él quien fue el amado del Padre, fue “hecho maldición” ante Él. Hemos oído estas verdades antes, pero ¿nunca las hemos considerado lo suficiente para ser quebrantados?
En la Cruz, El declarado “santo, santo, santo” por el coro de Serafines, se “hizo” pecado. El viaje al significado de esta frase parece casi muy peligroso. Tropezamos ante el primer paso. ¿Que significa que Aquel en quien “toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente” se “hizo pecado?” No debemos explicar la verdad ligeramente tratando de proteger la reputación del Hijo de Dios, y aún, debemos de tener cuidado de no hablar cosas terribles contra Su carácter impecable e inmutable.
Según las Escrituras, Cristo se “hizo pecado” en la misma manera en que los pecadores se “vuelven la justicia de Dios” en Él. En su segunda epístola a la iglesia de Corinto el Apóstol Pablo escribe (5:21):
“Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él.”
El creyente no es “justicia de Dios” por alguna obra purificadora o perfeccionadora según su carácter que lo haga como Dios y sin pecado, pero como resultado de la imputación por el cual él es considerado justo ante Dios por la obra de Cristo para él. De la misma manera, Cristo no se hizo pecado por tener un carácter manchado o ensuciado, pero actualmente volviéndose depravado, pero como resultado de la imputación por el cual fue considerado culpable ante el juicio de Dios para nosotros. Esta verdad no debe causar que pensemos menos de la declaración de Pablo que Cristo se “hizo pecado.” Aunque fue una culpa imputada, fue una culpa real, trayendo una angustia inquietante a Su alma. Él tomó nuestras culpas como suyas, estuvo en nuestro lugar, y murió desamparado de Dios.
Que Cristo "se hizo pecado” es una verdad terrible como incomprensible, y aun justo cuando pensamos que no se pueden decir palabras más oscuras contra Él, el apóstol Pablo enciende una lámpara y nos lleva al fondo de la humillación y desamparo de Cristo. Entramos en la caverna mas profunda para encontrar al Hijo de Dios colgando de la Cruz y llevando su titulo más infame – el ¡maldito de Dios!
Las Escrituras declaran que toda la humanidad está bajo la maldición. Como está escrito (Gál. 3:10), “maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley, para hacerlas.” Desde la perspectiva celestial, aquellos que quebrantan la Ley de Dios son viles y dignos de aborrecimiento. Son miserables, justamente expuestos a la venganza divina, y justamente devotos a la destrucción eterna. No es una exageración decir que la última cosa que el pecador maldito debería y oirá cuando él de el primer paso en el infierno es a toda la creación parándose y aplaudiendo a Dios por haberse desasido de él de la faz de la tierra. Tal es la vileza de aquellos que quebrantan la Ley de Dios, y tal el desdén de lo santo hacia lo impío. Y aun así el Evangelio nos enseña que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros (porque escrito está: MALDITO TODO EL QUE CUELGA DE UN MADERO)” (Gál. 3:13). Cristo se volvió lo que nosotros éramos en orden de redimirnos de lo que merecíamos. Él se volvió un gusano y no un hombre, la serpiente levantada en el desierto, el cordero enviado fuera del campamento, el cargador de pecados, y Aquel sobre el cual la maldición de Dios cayó. Es por esta razón que el Padre lo rechazó y todo el cielo escondió su rostro.
Es una gran travesía que el verdadero significado de la “exclamación de la cruz” de Cristo a menudo se ha perdido en un cliché romántico. No es raro oír a un predicador declarar que el Padre rechazó al Hijo porque no podía soportar el sufrimiento infligido en Él por las manos de hombres malvados. Tales interpretaciones son una completa distorsión del texto y de lo que realmente transpiró en la Cruz. El Padre no rechazó a Su Hijo porque le haya faltado fuerza para testificar Su sufrimiento, pero porque “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El” (2Cor. 5:20-21). Él puso nuestros pecados sobre Él y le rechazó porque Sus ojos son demasiados puros como para aprobar la maldad y no puede ver la maldad con favor.
No es sin razón que muchos tratados bíblicos ilustran un abismo entre un Dios santo y el hombre pecaminoso. Con tal ilustración las Escrituras están completamente de acuerdo. Como el profeta Isaías clamo:
"He aquí, no se ha acortado la mano del SEÑOR para salvar; ni se ha endurecido su oído para oír. Pero vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros para no escucharos." (Isaías 59:1-2)
Es por esto que todos los hombres habrían vivido y muerto separados de la favorable presencia de Dios y bajo la ira divina si el Hijo de Dios no hubiera estado en su lugar, llevando el pecado, y muerto “desamparado de Dios” por ellos. Para cerrar la brecha y restaurar la comunión, “¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas?”
Cristo Muere bajo la Ira de Dios
Para obtener la salvación de su gente, Cristo no solamente sufrió el terrible desamparo de Dios, pero Él tomó la amarga copa de la ira de Dios y murió una muerte sangrienta en lugar de Su gente. Solo entonces podía ser satisfecha la justicia divina, apaciguar la ira de Dios, y hacer posible la reconciliación.
En el huerto, Cristo oró tres veces para que “la copa” fuera removida de Él, pero cada vez Su voluntad se entregaba a la voluntad del Padre. Debemos preguntarnos ¿que contenía la copa que hiciera que Él pidiera fervientemente? ¿Qué contenía que causara tal angustia que Su sudor se mezclara con sangre? A menudo se dice que la copa representaba la cruel Cruz romana y la tortura física que le esperaba; que Cristo previó el látigo de nueve colas viniendo detrás de su espalda, la corona de espinas penetrando su frente, y los clavos primitivos que serian atravesados por Sus manos y Sus pies. Aun aquellos que ven estas cosas como la fuente de Su angustia no entienden la Cruz, ni lo que ocurrió ahí. Aunque las torturas lo colmaban por las manos humanas era el plan redentor de Dios, había algo mucho más ominoso que evocó el clamor de liberación del Mesías
En los primeros siglos de la iglesia primitiva, miles de cristianos murieron en cruces. Se dice que Nerón los crucifico al revés, los cubrió de alquitrán, y les prendía fuego para proveer de luz a las calles de la ciudad de Roma. A través de las épocas desde entonces, un sin numero de cristianos han sido llevados a las más inquietantes torturas, y aun es el testimonio de amigos y enemigos al igual que muchos de ellos fueron ante la muerte con gran sagacidad. ¿Hemos de creer que los seguidores del Mesías enfrentaron tal muerte cruel y con gozo indecible, mientras el Capitán de su Salvación se acobardó en el huerto, fingiendo la misma tortura? ¿Acaso el Cristo de Dios le temió a látigos y espinas, cruces y lanzas, o acaso la copa representó el terror infinito que va mas allá que la crueldad humana?
Para entender el contenido ominoso de la copa, debemos dirigirnos a las Escrituras. Hay dos pasajes en particular que debemos considerar – uno de los Salmos y el otro de los profetas:
“Porque hay un cáliz en la mano del SEÑOR, y el vino fermenta, lleno de mixtura, y de éste Él sirve; ciertamente lo sorberán hasta las heces y lo beberán todos los impíos de la tierra.”
“Porque así me ha dicho el SEÑOR, Dios de Israel: Toma de mi mano esta copa del vino del furor, y haz que beban de ella todas las naciones a las cuales yo te envío. Y beberán y se tambalearán y enloquecerán a causa de la espada que enviaré entre ellas.”
Como resultado de la rebeldía incesante de los impíos, la justicia de Dios había decretado un juicio contra ellos. Justamente derramaría su indignación sobre las naciones. Él pondría el vino de Su ira en sus bocas y forzarlos a tomar hasta sus heces. El simple pensamiento de que tal destino le espera al mundo es absolutamente terrible, y aun así ese habría sido el destino de todos, excepto que la misericordia de Dios buscó la salvación de la gente, y la sabiduría de Dios elaboró un plan de redención aún desde antes de la fundación del mundo. El Hijo de Dios se haría hombre y caminaría esta tierra en perfecta obediencia a la Ley de Dios. Él seria como nosotros en todos lo sentidos, y tentado en todos las maneras como nosotros, pero sin pecado. Él viviría una vida perfectamente justa para la gloria de Dios y en lugar de Su gente. Y en el tiempo designado, Él seria crucificado a manos de hombres impíos, y en esa Cruz, Él llevaría la culpa de Su gente, y sufriría la ira de Dios contra ellos. El perfecto Hijo de Dios y verdadero Hijo de Adán juntos en una gloriosa persona tomaría la amarga copa de la mano de Dios y la tomaría hasta las heces. Él tomaría hasta que fuera “consumado” y la justicia de Dios fuera completamente satisfecha. La ira divina que debió haber sido nuestra seria exhausta sobre el Hijo, y seria extinguida por Él.
Imagínese una represa que está llena hasta el tope y presionada contra el peso detrás de ella. De una el muro protector es removido y el poder destructivo es liberado. Y cómo la destrucción certera corre hacia el pueblo en el valle cercano, de repente la tierra se abre ante el pueblo y se traga aquello que la habría arrasado. De la misma manera, el juicio de Dios corría directamente al hombre. No se podía encontrar escape en la montaña más alta o en el abismo más profundo. Los pies más veloces no podrían haber escapado, ni el mejor nadador soportar sus tormentos. La represa fue quebrada y nada podía arreglar su daño. Pero cuando toda esperanza humana fue exhausta, en el tiempo oportuno, el Hijo de Dios se interpuso. Él se paró entre la justicia divina y su gente. Él tomó la ira que ellos mismos habían encendido y el castigo que ellos merecían. Cuando Él murió ni una gota del diluvio quedó. ¡Él la tomó toda!
Imagínese dos piedras de molino, una girando encima de la otra. Imagínese que entre las piedras hay un grano de trigo que es halado por el gran peso. Primero es molido hasta ser irreconocible, y después sus partes internas son esparcidas y molidas en polvo. No hay esperanza de removerlo o reconstruirlo. Todo se ha perdido e irreparable. De igual manera, “Le plació a Dios” moler a Su propio Hijo y ponerlo en angustia indescriptible. Por lo tanto, le plació al Hijo someterse a tal sufrimiento en orden de que Dios fuera glorificado y una gente fuera redimida. No es que Dios se haya complacido o encontrado placer en el sufrimiento de Su amado Hijo, pero por su muerte, la voluntad de Dios se cumplió. Ningún otro medio tenía poder de remover el pecado, satisfacer la justicia, y apaciguar la ira de Dios contra nosotros. A menos que ese grano de trigo divino hubiera caído y muerto, habría permanecido solo sin una gente o una esposa. El placer no estuvo en el sufrimiento, pero en todo lo que el sufrimiento lograría: Dios seria revelado en una gloria aun desconocida a hombres y ángeles, y gente seria traída a una relación sin obstáculos con Dios.
En una de las historias más épicas del Antiguo Testamento, al patriarca Abraham le es ordenado llevar a su hijo Isaac al Monte Moriah y allí ofrecerlo como sacrificio a Dios.
“Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.”
¡Qué carga la que fue puesta sobre Abraham! No podemos ni imaginarnos la tristeza que llenó el corazón del hombre anciano y la tortura que llevó cada pasó del viaje. Las Escrituras son cuidadosas en contarnos que él fue ordenado a ofrecer a "su hijo, su único hijo a quien amaba.” La especificidad parece diseñado para agarrar nuestra atención y hacernos pensar que hay un significado más oculto en estas palabras de las que podemos ver.
En el tercer día los dos llegaron al lugar indicado, y el padre mismo ató a su amado hijo con sus propias manos. Finalmente en sumisión a lo que debía hacer, él puso su mano sobre su hijo y “tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo.” En ese momento, la misericordia y gracia de Dios se interpuso, y la mano del anciano se detuvo. Dios lo llamó desde el cielo y dijo:
"¡Abraham, Abraham!... No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada; porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único."
A la voz del Señor, Abraham alzó los ojos y vio un carnero atrapado por los cuernos. Tomó el carnero y lo ofreció en lugar de su hijo. Y luego nombró el lugar YHWH-Jireh o “el Señor proveerá.” Es un dicho fiel que permanece hasta el día de hoy, “En el monte del SEÑOR se proveerá.” Al venir a un cierre de cortina en este momento épico en la historia, no solamente Abraham, pero también todos los que han leído este acontecimiento dan un suspiro de alivio que el muchacho se hubiera salvado. ¡Pensamos qué hermoso fin, pero no es el fin, era una simple intermedio!
Dos mil años más tarde, las cortinas se vuelven a abrir. El fondo es oscuro y ominoso. En el centro del escenario esta el Hijo de Dios en el Monte de la Calavera. Él está atado por la obediencia de la voluntad de Su Padre. Él cuelga llevando el pecado de Su gente. Él es maldito – traicionado por su creación y desamparado de Dios. Entonces, el silencio es roto con el horroroso trueno de la ira de Dios. El padre toma el cuchillo, levanta el brazo, y sacrificó a Su “hijo, [el] único, a quien amas,” y las palabras del profeta Isaias son cumplidas:
“Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados…Pero quiso el SEÑOR quebrantarle, sometiéndole a padecimiento. Cuando Él se entregue a sí mismo como ofrenda de expiación, verá a su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del SEÑOR en su mano prosperará.”
La cortina se cierra con un Hijo sacrificado y un Mesías crucificado. A diferencia de Isaac no había carnero que muriera en Su lugar. Él era el cordero quien moriría por los pecados del mundo. Él es la provisión de Dios para la redención de Su gente. Él es el cumplimiento de quien el carnero e Isaac solo eran sombras. En Él el Monte de la Calavera es renombrado “YHWH-jireh” o “el Señor proveerá.” Es un dicho fiel hasta el día de hoy, “En el monte del SEÑOR se proveerá.” El Calvario era el monte y la salvación fue provista, Así el creyente que discierne clama: “Dios, Dios, se que me amas ya que no me has rehusado Tu Hijo, Tu único.”
Es una injusticia al Calvario que el verdadero dolor de la Cruz es a menudo pasado por alto por un tema romántico y menos poderoso. A menudo es predicado que el Padre miro desde el cielo y testifico el sufrimiento que era colmado sobre Su Hijo por manos humanas, y que Él contó tal aflicción como pago por nuestros pecados. Esto es herejía de la peor clase. Cristo satisfizo la justicia divina no solo soportando la aflicción de los hombres, pero soportando y muriendo bajo la ira de Dios. Toma más que cruces, clavos, coronas, y lanzas, para pagar por el pecado. El creyente es salvado no solo por lo que le hicieron los hombres a Cristo en la Cruz, pero por lo que Dios le hizo a Él - Él lo molió bajo toda la fuerza de Su ira contra nosotros. ¡Raramente esta verdad se hace suficientemente clara en nuestra predica del Evangelio!
Fuente: Cristianismo bíblico
Por Paul Washer
Traducido por Diego Kim
Una de mis mayores cargas es que rara vez es explicada la Cruz de Cristo. No es suficiente decir “Él murió” – ya que todos los hombres mueren. No es suficiente decir “el murió noblemente”- ya que los mártires hacen los mismo. Tenemos que entender que no hemos proclamado en su llenura la muerte de Cristo con poder salvífico hasta que hallamos aclarado la confusión que la rodea y exponer su verdadero significado a nuestros corazones – Él murió llevando las transgresiones de Su gente, sufriendo el castigo divino por sus pecados: Él fue abandonado por Dios y molido bajo la ira de Dios en su lugar.
Cristo: el Desamparado de Dios
Uno de los pasajes más inquietantes, e incluso escalofriante, es el relato en las Escrituras de Marcos, la exclamación del Mesías al estar en la Cruz romana. Y exclamó:
"ELOI, ELOI, ¿LEMA SABACTANI?, que traducido significa, DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUE ME HAS ABANDONADO?"
A la luz de lo que sabemos sobre la naturaleza impecable del Hijo de Dios y su perfecta comunión con el Padre, es difícil entender las palabras de Cristo, aun así en ellas encontramos el significado de la Cruz expuestas, y encontramos la razón por la cual murió Cristo. El hecho que Sus palabras estén también documentadas en hebreo nos dice algo de suma importancia para ellos. ¡El autor no quería que mal-entendiéramos o que se nos escapara ni una sola cosa!
En estas palabras, Jesús no solo esta llamando al Padre, pero como Maestro consumado, Él también está dirigiendo a Sus espectadores y a todos los futuros lectores a una de las más importantes profecías mesiánicas del Antiguo Testamento – Salmo 22. Aunque todo el Salmo está lleno de profecías detalladas de la Cruz, solo nos concentraremos en los primeros seis versículos:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, de día clamo y no respondes; y de noche, pero no hay para mí reposo. Sin embargo, tú eres santo, que habitas entre las alabanzas de Israel. En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste. A ti clamaron, y fueron librados; en ti confiaron, y no fueron decepcionados. Pero yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo."
En los días de Cristo las Escrituras hebreas no estaban organizadas en capítulos y versículos numerados como los tenemos hoy. Así que cuando un rabino quería dirigir a sus oyentes a cierto Salmo o porción de la Escritura, lo hacia recitando las primeras líneas del texto. En esta exclamación desde la Cruz, Jesús nos dirige al Salmo 22 y nos revela algo del carácter y propósito de Su sufrimiento.
En los primeros dos versículos, escuchamos la queja del Mesías- Él se considera abandonado por Dios. Marcos utiliza la palabra griega egkataleípo, el cual significa desamparado, abandonado, o desertado. El Salmista utiliza la palabra hebrea azab, el cual significa: dejar, perder, o desamparar. En ambos casos, la intención es clara. El Mesías mismo es consciente que Dios lo ha desamparado y puso el oído sordo a Su llanto. Este desamparo no es simbólico ni poético. ¡Es Real! ¡Si alguna vez alguna criatura se sintió desamparada por Dios, éste fue el Hijo de Dios en la Cruz del Calvario!
En el cuarto y quinto versículos del Salmo, la angustia sufrida por el Mesías se vuelve más aguda al recordar la fidelidad del pacto de Dios hacia Su pueblo. Él declara (22:4-5):
"En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste. A ti clamaron, y fueron librados; en ti confiaron, y no fueron decepcionados."
La aparente contradicción es clara. Nunca hubo una instancia en la historia en la que el pueblo pactal de Dios hubiera visto a un hombre justo clamando a Dios sin ser rescatado. Sin embargo, el Mesías sin mancha cuelga del árbol completamente desamparado. ¿Cual podría ser la razón por el desamparo de Dios? ¿Por qué le dio la espalda a Su Hijo unigénito?
Entrelazado en el llanto del Mesías se encuentran las respuestas a estas preguntas inquietantes. En el tercer versículo, Él hace la declaración inquebrantable que Dios es Santo, y luego en el sexto versículo Él admite lo atroz – Él se había vuelto un gusano y ya no era un hombre. ¿Por qué utilizaría el Mesías tal lenguaje peyorativo hacia si mismo? Acaso se veía a si mismo como un gusano porque se había vuelto el “oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo” ¿o había una razón mas espantosa para Su auto-deprecación? Después de todo no clamó, “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me ha desamparado el pueblo?” ¡Sino que se esforzó en saber por que Dios lo había hecho! La respuesta puede ser encontrada en una amarga verdad solamente – el Señor había hecho que toda nuestra iniquidad cayera sobre Él, y como un gusano, Él fue desamparado y molido en nuestro lugar.
Esta metáfora oscura del Mesías agonizante no esta solamente en las Escrituras. Hay otros que nos llevan más a fondo al corazón de la Cruz y nos abre que “Él padezca mucho” en orden de ganar la redención de su gente. Si temblamos ante las palabras del Salmista, seremos llevados a oír al tres veces santo Hijo de Dios volverse la serpiente levantada en el desierto, y después, el cordero expiatorio que cargaba el pecado que se dejaba a morir solo.
La primera metáfora se encuentra en Números. Por la constante rebelión de Israel hacia Dios y su rechazo de Su provisión misericordiosa, Dios envío “serpientes abrasadoras” entre el pueblo y muchos murieron. Sin embargo, como resultado del arrepentimiento del pueblo y la intercesión de Moisés, Dios una vez más hizo provisión para su salvación. Él le ordenó a Moisés “Hazte una serpiente abrasadora y ponla sobre un asta” Él luego prometió que “todo el que sea mordido la mire, vivirá.”
Al principio parece contradictorio a la lógica que “la cura tuviera la semejanza de aquel que había herido.” Sin embargo provee una poderosa imagen de la Cruz. Los israelitas estaban muriendo del veneno de las serpientes abrasadoras. El hombre muere del veneno de su propio pecado. A Moisés le habían ordenado poner la causa de la muerte alto en un asta. Dios puso la causa de nuestra muerte sobre Su propio Hijo al colgar alto sobre la Cruz. Él había venido “en semejanza de carne de pecado” y fue “pecado por nosotros.” Los israelitas que le creyeran a Dios y miraran a la serpiente de bronce vivirían. El hombre que cree el testimonio de Dios según Su Hijo y le ve en fe será salvo. Como está escrito (Is. 45:22), “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.”
La segunda metáfora se encuentra en el libro sacerdotal de Levítico. Como era imposible que un solo sacrificio ilustrara o simbolizara completamente la muerte expiatoria del Mesías, un sacrificio involucrando dos corderos fue puesto ante el pueblo. El primer cordero fue inmolado como ofrenda expiatoria ante el Señor, y su sangre fue rociada en y delante del propiciatorio detrás del velo del lugar santísimo. Simbolizaba a Cristo quien derramó Su sangre en la Cruz para expiar por los pecados de Su pueblo. El segundo cordero era presentado ante el Señor como un cordero expiatorio. El Sumo Sacerdote imponía sus manos sobre el animal “ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel y todas sus transgresiones, todos sus pecados.” El cordero expiatorio entonces era enviado al desierto llevando la iniquidad del pueblo a un lugar solitario. Allí vagaría solo, desamparado de Dios y cortado de en medio del pueblo. Simbolizaba a Cristo quien “llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz,” sufrió y murió solo “fuera del campamento.” Lo que era simbólico en la Ley se volvió una realidad insoportable para el Mesías.
¿No es asombroso que un gusano, una serpiente venenosa, y un cordero sean puestos como tipos de Cristo? Para identificar al Hijo de Dios con cosas “aborrecibles” seria blasfemo si no vinieran de los santos del Antiguo testamento “inspirados por el Espíritu Santo” y confirmados por los autores del Nuevo Testamento, quienes van mas allá en las descripciones sombrías. Bajo la inspiración del Espíritu Santo ellos son lo suficientemente audaces para decir que Aquel que no tuvo pecado “le hizo pecado,” y Él quien fue el amado del Padre, fue “hecho maldición” ante Él. Hemos oído estas verdades antes, pero ¿nunca las hemos considerado lo suficiente para ser quebrantados?
En la Cruz, El declarado “santo, santo, santo” por el coro de Serafines, se “hizo” pecado. El viaje al significado de esta frase parece casi muy peligroso. Tropezamos ante el primer paso. ¿Que significa que Aquel en quien “toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente” se “hizo pecado?” No debemos explicar la verdad ligeramente tratando de proteger la reputación del Hijo de Dios, y aún, debemos de tener cuidado de no hablar cosas terribles contra Su carácter impecable e inmutable.
Según las Escrituras, Cristo se “hizo pecado” en la misma manera en que los pecadores se “vuelven la justicia de Dios” en Él. En su segunda epístola a la iglesia de Corinto el Apóstol Pablo escribe (5:21):
“Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él.”
El creyente no es “justicia de Dios” por alguna obra purificadora o perfeccionadora según su carácter que lo haga como Dios y sin pecado, pero como resultado de la imputación por el cual él es considerado justo ante Dios por la obra de Cristo para él. De la misma manera, Cristo no se hizo pecado por tener un carácter manchado o ensuciado, pero actualmente volviéndose depravado, pero como resultado de la imputación por el cual fue considerado culpable ante el juicio de Dios para nosotros. Esta verdad no debe causar que pensemos menos de la declaración de Pablo que Cristo se “hizo pecado.” Aunque fue una culpa imputada, fue una culpa real, trayendo una angustia inquietante a Su alma. Él tomó nuestras culpas como suyas, estuvo en nuestro lugar, y murió desamparado de Dios.
Que Cristo "se hizo pecado” es una verdad terrible como incomprensible, y aun justo cuando pensamos que no se pueden decir palabras más oscuras contra Él, el apóstol Pablo enciende una lámpara y nos lleva al fondo de la humillación y desamparo de Cristo. Entramos en la caverna mas profunda para encontrar al Hijo de Dios colgando de la Cruz y llevando su titulo más infame – el ¡maldito de Dios!
Las Escrituras declaran que toda la humanidad está bajo la maldición. Como está escrito (Gál. 3:10), “maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley, para hacerlas.” Desde la perspectiva celestial, aquellos que quebrantan la Ley de Dios son viles y dignos de aborrecimiento. Son miserables, justamente expuestos a la venganza divina, y justamente devotos a la destrucción eterna. No es una exageración decir que la última cosa que el pecador maldito debería y oirá cuando él de el primer paso en el infierno es a toda la creación parándose y aplaudiendo a Dios por haberse desasido de él de la faz de la tierra. Tal es la vileza de aquellos que quebrantan la Ley de Dios, y tal el desdén de lo santo hacia lo impío. Y aun así el Evangelio nos enseña que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros (porque escrito está: MALDITO TODO EL QUE CUELGA DE UN MADERO)” (Gál. 3:13). Cristo se volvió lo que nosotros éramos en orden de redimirnos de lo que merecíamos. Él se volvió un gusano y no un hombre, la serpiente levantada en el desierto, el cordero enviado fuera del campamento, el cargador de pecados, y Aquel sobre el cual la maldición de Dios cayó. Es por esta razón que el Padre lo rechazó y todo el cielo escondió su rostro.
Es una gran travesía que el verdadero significado de la “exclamación de la cruz” de Cristo a menudo se ha perdido en un cliché romántico. No es raro oír a un predicador declarar que el Padre rechazó al Hijo porque no podía soportar el sufrimiento infligido en Él por las manos de hombres malvados. Tales interpretaciones son una completa distorsión del texto y de lo que realmente transpiró en la Cruz. El Padre no rechazó a Su Hijo porque le haya faltado fuerza para testificar Su sufrimiento, pero porque “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El” (2Cor. 5:20-21). Él puso nuestros pecados sobre Él y le rechazó porque Sus ojos son demasiados puros como para aprobar la maldad y no puede ver la maldad con favor.
No es sin razón que muchos tratados bíblicos ilustran un abismo entre un Dios santo y el hombre pecaminoso. Con tal ilustración las Escrituras están completamente de acuerdo. Como el profeta Isaías clamo:
"He aquí, no se ha acortado la mano del SEÑOR para salvar; ni se ha endurecido su oído para oír. Pero vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados le han hecho esconder su rostro de vosotros para no escucharos." (Isaías 59:1-2)
Es por esto que todos los hombres habrían vivido y muerto separados de la favorable presencia de Dios y bajo la ira divina si el Hijo de Dios no hubiera estado en su lugar, llevando el pecado, y muerto “desamparado de Dios” por ellos. Para cerrar la brecha y restaurar la comunión, “¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas?”
Cristo Muere bajo la Ira de Dios
Para obtener la salvación de su gente, Cristo no solamente sufrió el terrible desamparo de Dios, pero Él tomó la amarga copa de la ira de Dios y murió una muerte sangrienta en lugar de Su gente. Solo entonces podía ser satisfecha la justicia divina, apaciguar la ira de Dios, y hacer posible la reconciliación.
En el huerto, Cristo oró tres veces para que “la copa” fuera removida de Él, pero cada vez Su voluntad se entregaba a la voluntad del Padre. Debemos preguntarnos ¿que contenía la copa que hiciera que Él pidiera fervientemente? ¿Qué contenía que causara tal angustia que Su sudor se mezclara con sangre? A menudo se dice que la copa representaba la cruel Cruz romana y la tortura física que le esperaba; que Cristo previó el látigo de nueve colas viniendo detrás de su espalda, la corona de espinas penetrando su frente, y los clavos primitivos que serian atravesados por Sus manos y Sus pies. Aun aquellos que ven estas cosas como la fuente de Su angustia no entienden la Cruz, ni lo que ocurrió ahí. Aunque las torturas lo colmaban por las manos humanas era el plan redentor de Dios, había algo mucho más ominoso que evocó el clamor de liberación del Mesías
En los primeros siglos de la iglesia primitiva, miles de cristianos murieron en cruces. Se dice que Nerón los crucifico al revés, los cubrió de alquitrán, y les prendía fuego para proveer de luz a las calles de la ciudad de Roma. A través de las épocas desde entonces, un sin numero de cristianos han sido llevados a las más inquietantes torturas, y aun es el testimonio de amigos y enemigos al igual que muchos de ellos fueron ante la muerte con gran sagacidad. ¿Hemos de creer que los seguidores del Mesías enfrentaron tal muerte cruel y con gozo indecible, mientras el Capitán de su Salvación se acobardó en el huerto, fingiendo la misma tortura? ¿Acaso el Cristo de Dios le temió a látigos y espinas, cruces y lanzas, o acaso la copa representó el terror infinito que va mas allá que la crueldad humana?
Para entender el contenido ominoso de la copa, debemos dirigirnos a las Escrituras. Hay dos pasajes en particular que debemos considerar – uno de los Salmos y el otro de los profetas:
“Porque hay un cáliz en la mano del SEÑOR, y el vino fermenta, lleno de mixtura, y de éste Él sirve; ciertamente lo sorberán hasta las heces y lo beberán todos los impíos de la tierra.”
“Porque así me ha dicho el SEÑOR, Dios de Israel: Toma de mi mano esta copa del vino del furor, y haz que beban de ella todas las naciones a las cuales yo te envío. Y beberán y se tambalearán y enloquecerán a causa de la espada que enviaré entre ellas.”
Como resultado de la rebeldía incesante de los impíos, la justicia de Dios había decretado un juicio contra ellos. Justamente derramaría su indignación sobre las naciones. Él pondría el vino de Su ira en sus bocas y forzarlos a tomar hasta sus heces. El simple pensamiento de que tal destino le espera al mundo es absolutamente terrible, y aun así ese habría sido el destino de todos, excepto que la misericordia de Dios buscó la salvación de la gente, y la sabiduría de Dios elaboró un plan de redención aún desde antes de la fundación del mundo. El Hijo de Dios se haría hombre y caminaría esta tierra en perfecta obediencia a la Ley de Dios. Él seria como nosotros en todos lo sentidos, y tentado en todos las maneras como nosotros, pero sin pecado. Él viviría una vida perfectamente justa para la gloria de Dios y en lugar de Su gente. Y en el tiempo designado, Él seria crucificado a manos de hombres impíos, y en esa Cruz, Él llevaría la culpa de Su gente, y sufriría la ira de Dios contra ellos. El perfecto Hijo de Dios y verdadero Hijo de Adán juntos en una gloriosa persona tomaría la amarga copa de la mano de Dios y la tomaría hasta las heces. Él tomaría hasta que fuera “consumado” y la justicia de Dios fuera completamente satisfecha. La ira divina que debió haber sido nuestra seria exhausta sobre el Hijo, y seria extinguida por Él.
Imagínese una represa que está llena hasta el tope y presionada contra el peso detrás de ella. De una el muro protector es removido y el poder destructivo es liberado. Y cómo la destrucción certera corre hacia el pueblo en el valle cercano, de repente la tierra se abre ante el pueblo y se traga aquello que la habría arrasado. De la misma manera, el juicio de Dios corría directamente al hombre. No se podía encontrar escape en la montaña más alta o en el abismo más profundo. Los pies más veloces no podrían haber escapado, ni el mejor nadador soportar sus tormentos. La represa fue quebrada y nada podía arreglar su daño. Pero cuando toda esperanza humana fue exhausta, en el tiempo oportuno, el Hijo de Dios se interpuso. Él se paró entre la justicia divina y su gente. Él tomó la ira que ellos mismos habían encendido y el castigo que ellos merecían. Cuando Él murió ni una gota del diluvio quedó. ¡Él la tomó toda!
Imagínese dos piedras de molino, una girando encima de la otra. Imagínese que entre las piedras hay un grano de trigo que es halado por el gran peso. Primero es molido hasta ser irreconocible, y después sus partes internas son esparcidas y molidas en polvo. No hay esperanza de removerlo o reconstruirlo. Todo se ha perdido e irreparable. De igual manera, “Le plació a Dios” moler a Su propio Hijo y ponerlo en angustia indescriptible. Por lo tanto, le plació al Hijo someterse a tal sufrimiento en orden de que Dios fuera glorificado y una gente fuera redimida. No es que Dios se haya complacido o encontrado placer en el sufrimiento de Su amado Hijo, pero por su muerte, la voluntad de Dios se cumplió. Ningún otro medio tenía poder de remover el pecado, satisfacer la justicia, y apaciguar la ira de Dios contra nosotros. A menos que ese grano de trigo divino hubiera caído y muerto, habría permanecido solo sin una gente o una esposa. El placer no estuvo en el sufrimiento, pero en todo lo que el sufrimiento lograría: Dios seria revelado en una gloria aun desconocida a hombres y ángeles, y gente seria traída a una relación sin obstáculos con Dios.
En una de las historias más épicas del Antiguo Testamento, al patriarca Abraham le es ordenado llevar a su hijo Isaac al Monte Moriah y allí ofrecerlo como sacrificio a Dios.
“Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.”
¡Qué carga la que fue puesta sobre Abraham! No podemos ni imaginarnos la tristeza que llenó el corazón del hombre anciano y la tortura que llevó cada pasó del viaje. Las Escrituras son cuidadosas en contarnos que él fue ordenado a ofrecer a "su hijo, su único hijo a quien amaba.” La especificidad parece diseñado para agarrar nuestra atención y hacernos pensar que hay un significado más oculto en estas palabras de las que podemos ver.
En el tercer día los dos llegaron al lugar indicado, y el padre mismo ató a su amado hijo con sus propias manos. Finalmente en sumisión a lo que debía hacer, él puso su mano sobre su hijo y “tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo.” En ese momento, la misericordia y gracia de Dios se interpuso, y la mano del anciano se detuvo. Dios lo llamó desde el cielo y dijo:
"¡Abraham, Abraham!... No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada; porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único."
A la voz del Señor, Abraham alzó los ojos y vio un carnero atrapado por los cuernos. Tomó el carnero y lo ofreció en lugar de su hijo. Y luego nombró el lugar YHWH-Jireh o “el Señor proveerá.” Es un dicho fiel que permanece hasta el día de hoy, “En el monte del SEÑOR se proveerá.” Al venir a un cierre de cortina en este momento épico en la historia, no solamente Abraham, pero también todos los que han leído este acontecimiento dan un suspiro de alivio que el muchacho se hubiera salvado. ¡Pensamos qué hermoso fin, pero no es el fin, era una simple intermedio!
Dos mil años más tarde, las cortinas se vuelven a abrir. El fondo es oscuro y ominoso. En el centro del escenario esta el Hijo de Dios en el Monte de la Calavera. Él está atado por la obediencia de la voluntad de Su Padre. Él cuelga llevando el pecado de Su gente. Él es maldito – traicionado por su creación y desamparado de Dios. Entonces, el silencio es roto con el horroroso trueno de la ira de Dios. El padre toma el cuchillo, levanta el brazo, y sacrificó a Su “hijo, [el] único, a quien amas,” y las palabras del profeta Isaias son cumplidas:
“Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados…Pero quiso el SEÑOR quebrantarle, sometiéndole a padecimiento. Cuando Él se entregue a sí mismo como ofrenda de expiación, verá a su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del SEÑOR en su mano prosperará.”
La cortina se cierra con un Hijo sacrificado y un Mesías crucificado. A diferencia de Isaac no había carnero que muriera en Su lugar. Él era el cordero quien moriría por los pecados del mundo. Él es la provisión de Dios para la redención de Su gente. Él es el cumplimiento de quien el carnero e Isaac solo eran sombras. En Él el Monte de la Calavera es renombrado “YHWH-jireh” o “el Señor proveerá.” Es un dicho fiel hasta el día de hoy, “En el monte del SEÑOR se proveerá.” El Calvario era el monte y la salvación fue provista, Así el creyente que discierne clama: “Dios, Dios, se que me amas ya que no me has rehusado Tu Hijo, Tu único.”
Es una injusticia al Calvario que el verdadero dolor de la Cruz es a menudo pasado por alto por un tema romántico y menos poderoso. A menudo es predicado que el Padre miro desde el cielo y testifico el sufrimiento que era colmado sobre Su Hijo por manos humanas, y que Él contó tal aflicción como pago por nuestros pecados. Esto es herejía de la peor clase. Cristo satisfizo la justicia divina no solo soportando la aflicción de los hombres, pero soportando y muriendo bajo la ira de Dios. Toma más que cruces, clavos, coronas, y lanzas, para pagar por el pecado. El creyente es salvado no solo por lo que le hicieron los hombres a Cristo en la Cruz, pero por lo que Dios le hizo a Él - Él lo molió bajo toda la fuerza de Su ira contra nosotros. ¡Raramente esta verdad se hace suficientemente clara en nuestra predica del Evangelio!
Fuente: Cristianismo bíblico
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Excelente artículo, Quiero gravar esto en mi corazón, para no pecar contra ti Buen Jesús!
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