Texto clave: Gálatas 5:1, 16-26
INTRODUCCIÓN
Son multitud los que hoy en día exaltan la libertad. Sin embargo, con frecuencia la fomentan de una forma viciada, como si fuera solo una licencia para hacer cualquier cosa, con tal que satisfaga los propios intereses o deseos personales. Y es que encontramos, desde la perspectiva moral, diversas formas de entender la libertad que están equivocadas: "hacer lo que me gusta", "no hacer lo que no me gusta", "que no tenga límite alguno", "pensar, decir y hacer lo que me parece", "obrar como la situación me inspire", etc. Pero, ¿es realmente esto la libertad? Nuestra misma experiencia personal nos demuestra que unas opciones nos conducen a la vida y otras a la muerte. Por lo tanto, la libertad debe tener algunas referencias para ser auténtica. ¡Y esa es la auténtica libertad que encontramos en Jesucristo!
LLAMADOS A LA LIBERTAD
Nuestra vocación y llamado como Hijos de Dios es la libertad. Dios nos ha creado libremente y nos ha invitado a participar de una íntima relación personal con Él. Esta invitación, porque es libre y amorosa, puede ser rechazada por el ser humano, aunque no sin graves consecuencias: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y ésta es la condenación: la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas, pues todo aquel que hace lo malo detesta la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean puestas al descubierto. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras son hechas en Dios.» (Juan 3:16-21)
Nuestra vocación y llamado como Hijos de Dios es la libertad. Dios nos ha creado libremente y nos ha invitado a participar de una íntima relación personal con Él. Esta invitación, porque es libre y amorosa, puede ser rechazada por el ser humano, aunque no sin graves consecuencias: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y ésta es la condenación: la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas, pues todo aquel que hace lo malo detesta la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean puestas al descubierto. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras son hechas en Dios.» (Juan 3:16-21)
Pablo también nos exhorta que esa libertad que recibimos en Cristo, debemos usarla bien, para la gloria de Dios y para la edificación mutua: "Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros, 14 porque toda la Ley en esta sola palabra se cumple: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo." (Gál. 5:13-14)
"Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. Nadie busque su propio bien, sino el del otro." (1Cor. 10:23
JESÚS ES LA LIBERTAD
«Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.» (Gál. 5:1). A pesar de tantos y tan graves obstáculos, aún ansiamos con todo nuestro ser encontrar la auténtica libertad. ¿Dónde encontrarla? Sólo Dios puede darnos una respuesta plena a esta pregunta. «El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2Cor. 3:17). Sólo Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida puede darnos lo que anhelamos: «Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres» (Jn. 8:36). El Señor Jesús está en el inicio, en el trascurso y en el fin de la libertad: por Él hemos sido liberados, con Él nos hacemos libres, y en Él viviremos la auténtica liberación.
El Maestro manifiesta no sólo con Sus palabras, sino también con Su misma vida, que la libertad sólo se alcanza en sumisión y obediencia al Espíritu Santo de Dios, porque Él es el Espíritu y donde está Su Espíritu, allí hay libertad; y sólo los que aprenden a andar en el Espíritu podrán experimentar Su fruto y vencer a la carne, con sus pasiones y deseos; tal como el apóstol Pablo nos enseña:
"Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne, porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la Ley. Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lujuria, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas. En cuanto a esto, os advierto, como ya os he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu." (Gál. 5:16-25)
LA ESCLAVITUD DEL PECADO
¡La esclavitud del pecado es el gran obstáculo a nuestra libertad! Por ello el mismo Señor Jesús sentenció: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo» (Jn. 8:34).
Examinando en nuestro interior nos descubrimos llamados a realizar obras grandes cooperando con la gracia, pero, ¿cuántas veces nos conformamos mediocremente con un "vuelo alicorto" en la vida espiritual y profesional o en nuestro ministerio? Los vicios arraigados por hábitos y pasiones desordenadas son cadenas interiores que nos esclavizan y nos impiden avanzar en nuestro crecimiento y en nuestra relación con Dios.
¡La esclavitud del pecado es el gran obstáculo a nuestra libertad! Por ello el mismo Señor Jesús sentenció: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo» (Jn. 8:34).
Examinando en nuestro interior nos descubrimos llamados a realizar obras grandes cooperando con la gracia, pero, ¿cuántas veces nos conformamos mediocremente con un "vuelo alicorto" en la vida espiritual y profesional o en nuestro ministerio? Los vicios arraigados por hábitos y pasiones desordenadas son cadenas interiores que nos esclavizan y nos impiden avanzar en nuestro crecimiento y en nuestra relación con Dios.
Recordemos que la auténtica libertad es la que iluminada por la verdad decide sin dejarse limitar por el hecho de que tal camino no se ajusta al facilismo, a la sensualidad, al sentimentalismo, o a lo que más nos gusta o apetece. Por todo, ello hay que ser muy consciente de que el dejarnos llevar por el imperio de nuestras pasiones y deseos egoístas, nos conducen más allá del libre ejercicio de la libertad, y nos van hundiendo en el pecado, nos despersonaliza, y nos esclavizan mental y espiritualmente.
JESÚS ES LA LIBERTAD
«Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.» (Gál. 5:1). A pesar de tantos y tan graves obstáculos, aún ansiamos con todo nuestro ser encontrar la auténtica libertad. ¿Dónde encontrarla? Sólo Dios puede darnos una respuesta plena a esta pregunta. «El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2Cor. 3:17). Sólo Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida puede darnos lo que anhelamos: «Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres» (Jn. 8:36). El Señor Jesús está en el inicio, en el trascurso y en el fin de la libertad: por Él hemos sido liberados, con Él nos hacemos libres, y en Él viviremos la auténtica liberación.
El Maestro manifiesta no sólo con Sus palabras, sino también con Su misma vida, que la libertad sólo se alcanza en sumisión y obediencia al Espíritu Santo de Dios, porque Él es el Espíritu y donde está Su Espíritu, allí hay libertad; y sólo los que aprenden a andar en el Espíritu podrán experimentar Su fruto y vencer a la carne, con sus pasiones y deseos; tal como el apóstol Pablo nos enseña:
"Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne, porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la Ley. Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lujuria, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas. En cuanto a esto, os advierto, como ya os he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu." (Gál. 5:16-25)
LA VERDAD NOS HACE LIBRES
«Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn. 8:32). Sólo la fe y experiencia de vivir una relación personal con el Señor nos libera, Su presencia nos libera, Sus palabras nos liberan, Su amor nos libera para que seamos todo lo que Él quiere que nosotros seamos y hagamos, para la gloria de Su Nombre.
Ser verdaderamente libre no significa simplemente hacer aquello que me gusta o dejar de hacer aquello que me disgusta. Y es que la libertad contiene en sí una disciplina de la verdad: ser libre significa usar el don del propio albedrío para lo que es un bien verdadero; ser una persona de conciencia recta, responsable y ante todo compasiva; porque no hay verdadera libertad donde no existe el amor, y sólo el amor de Dios en nosotros nos permite amar, como Él nos ama. Cristo nos enseña que el mejor uso de la libertad es el amor, que es impulsada por la bondad y la misericordia y se hace concreta mediante el servicio. Solamente la libertad que amos y se entrega por el beneficios de los demás conduce a la persona humana a su verdadero bien. Y el bien de la persona consiste en configurarse a la Verdad, que es el Señor Jesús mismo.
«Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn. 8:32). Sólo la fe y experiencia de vivir una relación personal con el Señor nos libera, Su presencia nos libera, Sus palabras nos liberan, Su amor nos libera para que seamos todo lo que Él quiere que nosotros seamos y hagamos, para la gloria de Su Nombre.
Ser verdaderamente libre no significa simplemente hacer aquello que me gusta o dejar de hacer aquello que me disgusta. Y es que la libertad contiene en sí una disciplina de la verdad: ser libre significa usar el don del propio albedrío para lo que es un bien verdadero; ser una persona de conciencia recta, responsable y ante todo compasiva; porque no hay verdadera libertad donde no existe el amor, y sólo el amor de Dios en nosotros nos permite amar, como Él nos ama. Cristo nos enseña que el mejor uso de la libertad es el amor, que es impulsada por la bondad y la misericordia y se hace concreta mediante el servicio. Solamente la libertad que amos y se entrega por el beneficios de los demás conduce a la persona humana a su verdadero bien. Y el bien de la persona consiste en configurarse a la Verdad, que es el Señor Jesús mismo.
LA AMISTAD CON CRISTO NOS LIBERA
El Señor Jesús se nos ha revelado como amigo, nos ha mostrado su rostro, su corazón, su amor por cada uno de nosotros. El es el Amigo fiel y a la vez el Modelo de toda amistad auténtica. Él consideró amigos suyos a sus discípulos, eligiéndolos personalmente: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn. 15:16). Jesús dio su vida por amor a sus amigos en cumplimiento de su palabra: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn. 15:13).
Jesús nos ha hecho Sus amigos, y nosotros ¿cómo le respondemos? La clave para responder a esta pregunta nos la ofrece Él mismo: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15:14). En Jesús podemos transformar nuestra voluntad humana en voluntad obediente al Plan de Dios. Él nos muestra el camino de la respuesta auténtica: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» (Lc. 22:42) El Plan de Dios no ha de entenderse como un peso exterior que nos oprime y nos priva de la libertad. Todo lo contrario: el Plan de Dios supone y perfecciona nuestra libertad, la garantiza y la promueve. El designio divino, en vez de alejarnos de nuestra propia identidad, nos permite vivir cada vez más según ella, en la dinámica del amor que eleva a la entrega. Sin embargo, morir al pecado en nosotros mismos duele e incluso puede generar miedo.
El Señor Jesús se nos ha revelado como amigo, nos ha mostrado su rostro, su corazón, su amor por cada uno de nosotros. El es el Amigo fiel y a la vez el Modelo de toda amistad auténtica. Él consideró amigos suyos a sus discípulos, eligiéndolos personalmente: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn. 15:16). Jesús dio su vida por amor a sus amigos en cumplimiento de su palabra: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn. 15:13).
Jesús nos ha hecho Sus amigos, y nosotros ¿cómo le respondemos? La clave para responder a esta pregunta nos la ofrece Él mismo: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15:14). En Jesús podemos transformar nuestra voluntad humana en voluntad obediente al Plan de Dios. Él nos muestra el camino de la respuesta auténtica: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» (Lc. 22:42) El Plan de Dios no ha de entenderse como un peso exterior que nos oprime y nos priva de la libertad. Todo lo contrario: el Plan de Dios supone y perfecciona nuestra libertad, la garantiza y la promueve. El designio divino, en vez de alejarnos de nuestra propia identidad, nos permite vivir cada vez más según ella, en la dinámica del amor que eleva a la entrega. Sin embargo, morir al pecado en nosotros mismos duele e incluso puede generar miedo.
Pero si aprendemos a amar al Maestro, a obedecerle y seguirlo en todos Sus caminos, entonces Él nos promete descanso, reposo y libertad para nuestras almas, pues esa es una de Sus grandes promesas: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga." (Mt. 11:28-30)
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