EL REINO DE DIOS: Tipos de autoridadPor Apóstol Daniel Guerrero
"Toda alma (persona) esté sujeta a las autoridades superiores (gobernantes), porque no hay autoridad si no viene de parte de Dios; y las autoridades que hay, por Dios han sido establecidas.
Así que, cualquiera que resista a la autoridad, se opone a lo que Dios ordena; y los que se oponen, serán condenados ellos mismos."
Romanos 13:1-2 (Traducción textual libre)
Dios es el origen de toda autoridad. Dios es la fuente de la autoridad en todo el universo.
En Génesis 1:26, vemos que Dios le entregó autoridad al hombre (varón y hembra), para que como imagen o representante suyo, señoreara sobre toda la creación. Porque cuando Dios
entrega autoridad siempre lo hace por un tiempo y un propósito determinado, y estos siempre
están alineados a Sus planes y a Su diseño eterno.
En las Sagradas Escrituras vemos que hay diferentes tipos de autoridad, que se manifiestan en diferentes esferas, situaciones o circunstancias. En esta entrada hablaremos de ocho de ellas.
1. LA AUTORIDAD POR IDENTIDAD (Adán y Eva, Génesis 1:26)
Esta autoridad está basada en la imagen de Dios impresa en todo ser humano (varón y hembra). Todo ser humano, por ser creado a imagen y semejanza de Dios, lleva intrínseco en su ser la autoridad para señorear. ¡Somos representantes de Dios en toda la creación!
Para que no podamos operar bien desde esta autoridad, el enemigo busca dañar nuestra identidad, nuestra identidad como persona, pero también nuestra identidad como hijos de Dios.
Por esa razón, es importante que nos conozcamos bien a nosotros mismos y le permitamos al Espíritu del Señor sanar todo daño, distorsión, y complejo en nuestro ser interior, de manera que Él pueda restaurarnos como personas. Y también, restaurar la imagen de Cristo en nosotros, para que vivamos en Su plenitud y en todo el potencial que tenemos como hijos de Dios (Ro. 8:28-39; Ef. 5:1-13).
2. AUTORIDAD POR FILIACIÓN (Abraham, Génesis 12:1-3)
Esta autoridad se basa en nuestra participación dentro de la familia de Dios. Por ser hijos de Dios somos herederos de los pactos y promesas hechas a nuestros padres en la fe (Jn. 1:12; Gál. 3:26-29). Todos los que hemos aceptado en nuestros corazones y hemos confesado a Jesús como nuestro Salvador y Señor somos miembros de la familia de Dios (Ef. 2:13-22).
El enemigo busca dañar esta autoridad corrompiendo a nuestra simiente, a nuestra descendencia; haciendo que le den la espalda a Dios, que se rebelen a Su Señorío y no guarden sus mandamientos ni sus ordenanzas. De esa manera, el enemigo busca evitar que nuestros hijos sean de bendición a todas las familias de la tierra.
3. AUTORIDAD LEGAL (Moisés, 1Reyes 2:3)
Esta autoridad se fundamenta en la sujeción y obediencia a las leyes dadas por Dios. En el Antiguo Testamento, las leyes fueron las que Moisés impartió de parte de Dios (Éx. 20:1-17); en el Nuevo Testamento, son las leyes que Dios nos da a través de Jesucristo, lo que el apóstol Pablo llama la Ley de Cristo o del Espíritu (Rom. 8:1-14).
Algunos cristianos creen que estamos sin ley, porque Jesús cumplió la Ley por nosotros, pero eso no fue lo que enseñó el Maestro ni los apóstoles. No estamos bajo la ley de Moisés, pero sí estamos bajo la ley de Cristo, la Ley del Espíritu de Cristo. En la medida que caminemos en sujeción y obediencia a nuestro Señor, Su autoridad y poder se manifestará en y a través de nosotros.
El enemigo trata de dañar esta autoridad mediante la tradición y posiciones extremas como el legalismo y el libertinaje. El apóstol Pablo enfrenta ambas posturas y nos estimula a vivir según la Ley del Espíritu de Cristo en nosotros. Por favor, lea su amplia enseñanza y explicación sobre el tema en los capítulos del 6 al 8 de su carta a los romanos.
4. AUTORIDAD SACERDOTAL (Aarón, Éxodo 28:41-43)
Esta autoridad está muy relacionada con la anterior, ya que el sacerdote es una autoridad ante Dios y los hombres, representa a ambos. Y esta autoridad se basa en la unción que recibe el sacerdote para ejercer dicho oficio de mediador entre Dios y los hombres, y viceversa. En el AT, esta unción estaba representada por la unción o aceite santo; pero en el NT está representada por el Espíritu Santo mismo, morando y operando en y a través de cada creyente (1Pe. 2:4-5, 9; 1Jn. 2:27; Rom. 8:5-14; 1Cor. 2:10-16)
El enemigo busca dañar esta autoridad colocando otra "unción" o fuego extraño en nuestro servicio a Dios y a los hombres. ¿Cuáles pueden ser estas "unciones" extrañas hoy? Autoridades puestas por hombres o que buscan agradar a los hombres en vez de a Dios. La "unción" que viene de los principados de Babilonia (idolatría), Egipto (ocultismo), Grecia (racionalismo) y Roma (paganismo). Nuestro servicio a Dios y a los hombres debe ser en el Nombre de Jesucristo y en el poder de Su Santo Espíritu (1Cor. 2:1-5). En esa autoridad Dios, y no nosotros, será glorificado (Gál. 1:6-12; Ef. 6:5-8; Col. 3:22-24).
5. AUTORIDAD TERRITORIAL (Josué 23:9)
Esta autoridad está basada en nuestra fe y obediencia a seguir fielmente las instrucciones que Dios nos da por medio de Su Palabra y Su Espíritu. Dios nos equipa con dones, con Su Palabra (rhema) y con Su Espíritu para lo que Él quiere que nosotros hagamos. Cuando nosotros nos movemos sabiendo lo que Dios quiere que hagamos, entonces nos movemos en un nivel superior de autoridad, porque tenemos propósito, destino. Nosotros conocemos a nuestro Dios, sabemos lo que Él quiere de nosotros y lo que Él quiere que nosotros hagamos. No necesitamos que nadie nos convenza o nos persuada.
El enemigo corrompe esta autoridad mediante la prostitución espiritual, con nuestra desobediencia, que luego nos lleva a la confusión mental y espiritual. Nuestra autoridad está en hacer lo que Dios nos pide hacer, ni más ni menos. Cuando intentamos mejorar o extendernos en nuestro servicio a Él, tendemos a desviarnos. El enemigo sabe que nuestra autoridad reside en nuestra obediencia y sujeción a Dios; y él buscará desviarnos, colocar obstáculos o entretenernos en el camino (Jos. 6:16-19; 7:1, 10-13; 1Re. 13:8-26; Sal.40:6-8).
6. AUTORIDAD EDIFICACIONAL (David, 1Crónicas 17:4)
Esta autoridad también está basada en nuestra obediencia. El rey David tuvo esta autoridad por causa de su obediencia absoluta. Por causa de su obediencia y sujeción al Rey de reyes, Dios le dio autoridad perpetua.
David quiso edificar una casa, un templo, para la gloria de Dios en la ciudad de Jerusalén, conocida también como Sión. Pero Dios tenía un plan y un propósito aún más grande para David: Dios mismo le edificaría una casa a él, un reino eterno, para que por medio de su descendencia viniera el Rey-Mesías, el Rey del universo (1Cró. 17:7-14).
El enemigo trata de dañar esta autoridad mediante la profanación del templo. Como reyes-sacerdotes debemos honrar y cuidar todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, donde mora el Espíritu Santo de Dios. Cuando profanamos nuestro cuerpo perdemos autoridad para ser instrumentos útiles para edificar la casa de Dios, Su Iglesia (1Cor. 6:12-20; 1Tes. 4:1-8; 1Tim. 3:1-5).
7. AUTORIDAD POR COMISIÓN (Profetas, Jeremías 1:7)
Crecemos en esta autoridad en la medida que crecemos en nuestra disposición a obedecer al Señor en todo lo que nos manda a decir o a hacer. Fuimos comisionados a cumplir una tarea y Dios espera que la ejecutemos fielmente (Mt. 25:14-30). Como el Padre envió a Su Hijo, así el Hijo nos envió como Sus mensajeros, Sus testigos, al mundo (Jn. 20:21; Hch. 1:8). Este "como" implica de la misma forma; es decir, debemos ejecutar nuestra misión, nuestra tarea, de la misma manera como Jesús, el Hijo de Dios, la hizo. ¿Cómo la hizo? En Juan 5:36-38, el Señor dice que Él hace las obras que el Padre le dice que haga (Jn. 5:19-21). Y luego nos da la promesa a todos los que creemos en Él, que haremos las obras que Él hace, y aún mayores (Jn. 14:12). Hacer la voluntad del Padre debe ser nuestra "comida", así como lo fue para Jesús (Jn. 4:32-34).
El enemigo logra dañar esta autoridad cuando le permitimos dejarnos dominar o guiar por la religiosidad, en vez por la Palabra y el Espíritu del Señor; cuando somos insensibles al mandato del Señor de ser Sus mensajeros, Sus testigos a las naciones. Fuimos llamados a ser luz del mundo y sal de la tierra, y continuamente somos tentados a encerrarnos en los muros de la religiosidad y la comodidad, siendo indiferentes a las necesidades y desafíos que nuestra sociedad y el mundo enfrentan. El mundo está en caos no necesariamente por causa de los principados y potestades; sino porque, al igual que el profeta Jonás, los hijos de Dios están durmiendo e ignorando la comisión recibida (Jon. 1:4-12).
8. AUTORIDAD DE REINO (La Iglesia, Lucas 8:10)
Esta autoridad está basada en la revelación que recibimos mediante la Palabra escrita y hablada de Dios. No es suficiente recibir la Palabra de Dios, es necesario que se nos revele, para que podamos ver, entender y actuar conforme a ella. He aquí parte del problema de muchas iglesias hoy. Conocen de la Biblia, la estudian, la escudriñan; pero no necesariamente reciben revelación en y a través de ella. Por causa de la religiosidad y las doctrinas humanas han llegado a ser ciegas y sin entendimiento de la Palabra y del Espíritu de Dios.
Gobernamos por lo que conocemos. Jesús le da autoridad a los que conocen. Los reyes, los que están en autoridad, reciben revelación (Dan. 2:17-28; 5:11-28; Is. 45:1-7). Sin revelación, no podremos entrar ni entender el Reino de Dios (Jn. 3:5-12; Lc. 8:10; Mt. 16:15-18). La autoridad del Reino no tiene nada que ver con títulos, credenciales ni experiencias humanas. La autoridad del Reino se adquiere por revelación y se manifiesta en el poder del Espíritu Santo (1Cor. 2:3-10); y ambos se reciben por la sola gracia de Dios.
El enemigo busca corromper y dañar esta autoridad mediante las estructuras humanas (doctrinas, tradiciones y organizaciones), para detener y limitar la revelación y poder que trae el Reino de Dios. Pero el Reino de Dios no se sujeta a estructuras y menos a aquellas que pretenden reducirlo a las cuatro paredes de una iglesia, denominación o estructura religiosa. Dios no habita en templos hechos de manos, y mucho menos en cajas teológicas de factura humana.
CONCLUSIÓN
Lo que hace a la iglesia de Jesucristo gloriosa es el ejercicio de la autoridad y el poder que ha recibido de parte de Dios, por medio de su Señor y Rey. Hemos heredado todos estos tipos de autoridad en Jesucristo, para que podamos ser testigos y agentes de Su Reino (Mt. 28:18-20; Hch. 1:8).
El propósito principal de la Iglesia de Jesucristo es proclamar y establecer el Reino de Dios en todas las naciones, discipular a las naciones y no solamente a discípulos individuales. Esto último es una perversión fabricada por la cultura occidental dominada por las estructuras religiosas y de pensamientos greco-romanas. Sí, Dios es un Dios personal, pero también es el Rey de las naciones y de todo el universo. Sí, te ama a ti, pero porque "amó al mundo" (Jn. 3:16).
Perder la perspectiva global, cósmica y universal del Evangelio del Reino, por causa de una perspectiva eminentemente individualista ha llegado a ser una traición al mismo Evangelio; y le ha hecho mucho daño a la predicación del Evangelio del Reino que ya, a estas alturas de nuestra historia, tiende cada vez más a exaltar los logros personales materialistas, y a enfocarse cada vez más en un "evangelio" light de motivación, auto-realización y prosperidad, que nada tiene que ver con las claras demandas del discipulado que dejó Jesucristo y Sus apóstoles (Mr. 10:42-45; 8:33-38; Lc. 14:25-33).
La Iglesia de Jesucristo es apostólica porque ha sido enviada y ha recibido de Su Señor la autoridad y el poder para proclamar el Evangelio del Reino de Dios y hacer discípulos que se reúnan en comunidades que invocan, celebran y proclaman el Nombre de Jesús el Señor (Lc. 9:1-2; Mt. 28:18-20; Hch. 1:8; 2:42-47).
La Iglesia de Jesucristo es profética porque ha sido comisionada y ha recibido la Palabra y el Espíritu de Su Señor para anunciar las promesas y los juicios del Reino de Dios, y para denunciar el pecado en medio del pueblo de Dios y en las naciones; a fin de preparar a una iglesia santa, pura y sin mancha para la venida de nuestro Señor y Rey (Lc. 3:4-18; Jn. 1:23-26, 32-34; Ef. 5:25-27; 1Cor. 14:23-24).