LA FUGA: Los Jóvenes y la Iglesia III
El Hijo Pródigo
Me encontraba en Brownsville, Texas, ministrando en un retiro para pastores. El último día, se acercó uno de ellos para decirme que desde el primer día Dios le había dicho que me diera el anillo que portaba, pero él no había querido, ya que su esposa se lo había regalado antes que se casaran, más aún, considerando que el anillo tenía un valor de aproximadamente US$1,200. Él no quería, pero Dios fue insistente, así que -llorando- al finalizar el domingo vino a mí con un abrazo y me lo dio, haciendo un pacto de amistad de ministro a ministro.
Yo me sentía feliz por el anillo y por el compromiso de amistad. Para ese entonces me encontraba estudiando el último año de la facultad de leyes en mi ciudad, Veracruz, México, así que el lunes a primera hora tomé un vuelo hacia allí, ya que ese día tenía un examen en la universidad.
Al llegar a la facultad todos notaban el anillo y me advertían que corría riesgo de que me cortaran el dedo por llevar un anillo así, pero yo me sentía feliz al decir que Dios me lo había dado.
El martes, al llegar a la iglesia, el grupo de jóvenes me decía que se los regalara, por supuesto que no lo hice.
El jueves había pedido permiso en la Universidad para faltar ese día y el viernes, ya que había sido invitado a predicar en un evento de la ciudad con la alianza de pastores de un estado al sur de la República Mexicana, así es que para la noche del jueves yo estaba predicando en una cancha de fútbol, con un grupo como de 20 pastores a mi lado derecho, y una audiencia de aproximadamente 2.500 personas. Fue entonces cuando escuché una voz que me dijo: “¿puedes ver al joven que está detrás de todas las personas, el que está recostado en el muro?”, a lo que le respondí que afirmativamente. Inmediatamente esa voz me dijo “dale tu anillo” ¡¿Qué?! Por supuesto que no, es mi anillo. Es más, ese joven a quien debo darle el anillo no tiene cara de pastor, mucho menos de ministro, es un vagabundo, un drogadicto.
El joven de quien hacía referencia llevaba el cabello descuidado, largo y sucio, tenía los ojos hundidos, y un t-shirt negro con el rostro de un demonio en el centro y pantalones rotos. Pero esa voz me dijo: “Abraham, ¿quién te ha hecho todo lo que eres?, ¿quién te ha dado todo lo que tienes? Y avergonzado respondí: tú, Señor. Y la voz insistió, “entonces, ¿hasta cuándo contenderás conmigo, hijo de hombre? ¿Por qué me niegas lo que yo mismo te he dado?" Envuelto en lágrimas, le supliqué: Señor, perdóname; ya sé que eres tú.
Paré el sermón, tuve que decirle a toda la gente que me permitiera un momento, y entonces, desde el micrófono lo llamé. Él no quería venir, entonces le dije: -¡En el Nombre de Jesús te ordeno que vengas!- Él comenzó a caminar por el pasillo, pero algo extraño comenzó a suceder: a medida que ese indigente caminaba, la gente que lo veía se iba colocando de pie, y al verlo, algunos caían de rodillas, otros alababan a Dios. El ambiente empezó a cargarse de la presencia de Dios. Él fijó sus ojos en los míos y respiraba agitadamente; apretó sus puños, yo pensé que quería golpearme, pero cuando llegó frente a mí y toda la gente –que estaba atónita-, otra vez esa voz me habló diciéndome; “no le digas nada, no ores por él, sólo quítate el anillo y ponlo en su mano”. Así lo hice, y al poner en su dedo el anillo, fue como si hubiese presionado un botón que hizo que la presencia de Dios se moviera tan fuertemente como pocas veces lo había visto. El joven cayó al suelo hablando lenguas angelicales.
De los pastores que estaban a mi derecha, uno corrió hacia mí y otro hacia aquel muchacho, y los demás saltaban en la presencia de Dios. Por supuesto que yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando, ya que el pastor que corrió hacia el joven estaba trajeado y limpio, y el espacio de la cancha donde el muchacho había caído estaba lleno de lodo. Pues sin importarle nada, este pastor se arrojó hacia él y en el suelo –llorando- lo besaba y abrazaba, no creía lo que estaba viendo. El pastor que corrió hacia mí dijo, “Abraham, no sabes lo que acabas de hacer”, y dije, “por supuesto que no, porque toda la gente está en tremenda bendición menos yo; parece que todos saben y yo no” Y él me dijo:
“Ese joven vagabundo, drogadicto que ves ahí, hace cinco años fue el ministerio más usado por Dios en toda la historia de este estado. Estadios se llenaban cuando él predicaba, ya que sucedían todo tipo de milagros y sanidades. Era la respuesta de Dios para nuestro pueblo. Se dice que una joven hermosa comenzó a seguirlo en varias campañas alrededor del estado, y lo acosaba. Hay testimonios que cuentan que él la resistió por casi dos años, pero en un momento de debilidad ella llegó a la habitación de su hotel de noche, y él accedió. Por la mañana, al levantarse, esta joven le dejó una nota que decía, ‘soy la hija de una bruja y me contrataron para hacerte caer’, y la post data decía, ‘no creo que tengas cara de vergüenza para pedir perdón a Dios, Él ya no puede perdonarte después de lo que has hecho’.
Esto se supo en todos lados. Este joven llegó a su casa, tomó un poco de ropa y se marchó; desde hace cinco años que nadie lo veía, ni se sabía nada de él. Algunos dicen que lo han visto correr desesperado por las noches en las calles; comiendo en los basureros, durmiendo en las construcciones, pero solo son rumores, realmente nadie sabía nada de él. Y ese pastor que está lleno de lodo encima del joven es el presidente de la alianza de pastores del Estado... el joven es SU HIJO. Por eso todos sabemos quién es el que verdaderamente está detrás de esa apariencia de vagabundo, nosotros podemos ver todavía al siervo de Dios que está dentro de él. La gente lo reconoció, por eso corrieron como estampida a llorar al altar”.
El joven se levantó del suelo y me abrazó muy fuertemente, y al oído me dijo: “hace cinco años le fallé a Dios. Después de haber conocido su gloria le fallé. Desde hace cinco años que aún ni siquiera me he atrevido a levantar mi mirada al cielo. Hoy estaba listo para suicidarme. Yo sé que nací para servir a Dios, pero desde que no lo hago no puedo ser feliz, y no creo que Dios pueda perdonarme”. Dicho esto, sacó unas pastillas de su bolsa y continuó: “hace un rato me iba a suicidar abajo de un puente, cuando vi el póster pegado sobre el muro que decía: joven predicador visita la ciudad, y al ver tu foto, recordé cuando servía a Dios, por lo que después de tanto tiempo me atreví a hablar con Él, y le dije que iría sólo por hoy a la reunión, que si Él aún me amaba y podía perdonarme, que me hablara. Llevaba 15 minutos predicando y dije: ‘no hay nada para mí, y me llevé la pastilla a la boca, pero antes de tragarla, me hablaste y la expulsé, cuando venía caminando hacia el frente, jamás te vi a ti... yo veía a alguien grande con vestiduras blancas que tenía sus brazos extendidos hacia mí y me decía ‘ven, ven; no tengas miedo, te he estado esperando; te he extrañado, mi hijo, mi siervo’, y yo decía ¡perdóname!, por favor ¡perdóname! Cuando llegué al frente escuché una voz que me dijo ‘eres mi hijo que se fue, y hoy ha regresado. Y para que veas que no sólo te perdono, te amo y que hoy también restauro tu ministerio, como prueba de eso, PONGO ANILLO EN TU DEDO”.
¡Wow! Yo no sabía qué hacer. Sólo caí de rodillas glorificando al Señor, como por unas dos horas no pude ponerme de pie. Salí de aquel lugar como a las once de la noche.
Hoy ese joven es mi amigo y compañero de milicias en México; Dios lo ha levantado con un gran ministerio de milagros. Cuando lo veo me da alegría y tristeza: alegría por ver cómo Dios lo ha restaurado y levantado, y tristeza porque sigue trayendo “MI ANILLO” (¡Ja, ja!). Ese anillo jamás fue mío.
Ruego a Dios que en este mismo instante esté tocando tu vida, te restaure y ponga Él un ANILLO EN TU CORAZÓN.
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Yo me sentía feliz por el anillo y por el compromiso de amistad. Para ese entonces me encontraba estudiando el último año de la facultad de leyes en mi ciudad, Veracruz, México, así que el lunes a primera hora tomé un vuelo hacia allí, ya que ese día tenía un examen en la universidad.
Al llegar a la facultad todos notaban el anillo y me advertían que corría riesgo de que me cortaran el dedo por llevar un anillo así, pero yo me sentía feliz al decir que Dios me lo había dado.
El martes, al llegar a la iglesia, el grupo de jóvenes me decía que se los regalara, por supuesto que no lo hice.
El jueves había pedido permiso en la Universidad para faltar ese día y el viernes, ya que había sido invitado a predicar en un evento de la ciudad con la alianza de pastores de un estado al sur de la República Mexicana, así es que para la noche del jueves yo estaba predicando en una cancha de fútbol, con un grupo como de 20 pastores a mi lado derecho, y una audiencia de aproximadamente 2.500 personas. Fue entonces cuando escuché una voz que me dijo: “¿puedes ver al joven que está detrás de todas las personas, el que está recostado en el muro?”, a lo que le respondí que afirmativamente. Inmediatamente esa voz me dijo “dale tu anillo” ¡¿Qué?! Por supuesto que no, es mi anillo. Es más, ese joven a quien debo darle el anillo no tiene cara de pastor, mucho menos de ministro, es un vagabundo, un drogadicto.
El joven de quien hacía referencia llevaba el cabello descuidado, largo y sucio, tenía los ojos hundidos, y un t-shirt negro con el rostro de un demonio en el centro y pantalones rotos. Pero esa voz me dijo: “Abraham, ¿quién te ha hecho todo lo que eres?, ¿quién te ha dado todo lo que tienes? Y avergonzado respondí: tú, Señor. Y la voz insistió, “entonces, ¿hasta cuándo contenderás conmigo, hijo de hombre? ¿Por qué me niegas lo que yo mismo te he dado?" Envuelto en lágrimas, le supliqué: Señor, perdóname; ya sé que eres tú.
Paré el sermón, tuve que decirle a toda la gente que me permitiera un momento, y entonces, desde el micrófono lo llamé. Él no quería venir, entonces le dije: -¡En el Nombre de Jesús te ordeno que vengas!- Él comenzó a caminar por el pasillo, pero algo extraño comenzó a suceder: a medida que ese indigente caminaba, la gente que lo veía se iba colocando de pie, y al verlo, algunos caían de rodillas, otros alababan a Dios. El ambiente empezó a cargarse de la presencia de Dios. Él fijó sus ojos en los míos y respiraba agitadamente; apretó sus puños, yo pensé que quería golpearme, pero cuando llegó frente a mí y toda la gente –que estaba atónita-, otra vez esa voz me habló diciéndome; “no le digas nada, no ores por él, sólo quítate el anillo y ponlo en su mano”. Así lo hice, y al poner en su dedo el anillo, fue como si hubiese presionado un botón que hizo que la presencia de Dios se moviera tan fuertemente como pocas veces lo había visto. El joven cayó al suelo hablando lenguas angelicales.
De los pastores que estaban a mi derecha, uno corrió hacia mí y otro hacia aquel muchacho, y los demás saltaban en la presencia de Dios. Por supuesto que yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando, ya que el pastor que corrió hacia el joven estaba trajeado y limpio, y el espacio de la cancha donde el muchacho había caído estaba lleno de lodo. Pues sin importarle nada, este pastor se arrojó hacia él y en el suelo –llorando- lo besaba y abrazaba, no creía lo que estaba viendo. El pastor que corrió hacia mí dijo, “Abraham, no sabes lo que acabas de hacer”, y dije, “por supuesto que no, porque toda la gente está en tremenda bendición menos yo; parece que todos saben y yo no” Y él me dijo:
“Ese joven vagabundo, drogadicto que ves ahí, hace cinco años fue el ministerio más usado por Dios en toda la historia de este estado. Estadios se llenaban cuando él predicaba, ya que sucedían todo tipo de milagros y sanidades. Era la respuesta de Dios para nuestro pueblo. Se dice que una joven hermosa comenzó a seguirlo en varias campañas alrededor del estado, y lo acosaba. Hay testimonios que cuentan que él la resistió por casi dos años, pero en un momento de debilidad ella llegó a la habitación de su hotel de noche, y él accedió. Por la mañana, al levantarse, esta joven le dejó una nota que decía, ‘soy la hija de una bruja y me contrataron para hacerte caer’, y la post data decía, ‘no creo que tengas cara de vergüenza para pedir perdón a Dios, Él ya no puede perdonarte después de lo que has hecho’.
Esto se supo en todos lados. Este joven llegó a su casa, tomó un poco de ropa y se marchó; desde hace cinco años que nadie lo veía, ni se sabía nada de él. Algunos dicen que lo han visto correr desesperado por las noches en las calles; comiendo en los basureros, durmiendo en las construcciones, pero solo son rumores, realmente nadie sabía nada de él. Y ese pastor que está lleno de lodo encima del joven es el presidente de la alianza de pastores del Estado... el joven es SU HIJO. Por eso todos sabemos quién es el que verdaderamente está detrás de esa apariencia de vagabundo, nosotros podemos ver todavía al siervo de Dios que está dentro de él. La gente lo reconoció, por eso corrieron como estampida a llorar al altar”.
El joven se levantó del suelo y me abrazó muy fuertemente, y al oído me dijo: “hace cinco años le fallé a Dios. Después de haber conocido su gloria le fallé. Desde hace cinco años que aún ni siquiera me he atrevido a levantar mi mirada al cielo. Hoy estaba listo para suicidarme. Yo sé que nací para servir a Dios, pero desde que no lo hago no puedo ser feliz, y no creo que Dios pueda perdonarme”. Dicho esto, sacó unas pastillas de su bolsa y continuó: “hace un rato me iba a suicidar abajo de un puente, cuando vi el póster pegado sobre el muro que decía: joven predicador visita la ciudad, y al ver tu foto, recordé cuando servía a Dios, por lo que después de tanto tiempo me atreví a hablar con Él, y le dije que iría sólo por hoy a la reunión, que si Él aún me amaba y podía perdonarme, que me hablara. Llevaba 15 minutos predicando y dije: ‘no hay nada para mí, y me llevé la pastilla a la boca, pero antes de tragarla, me hablaste y la expulsé, cuando venía caminando hacia el frente, jamás te vi a ti... yo veía a alguien grande con vestiduras blancas que tenía sus brazos extendidos hacia mí y me decía ‘ven, ven; no tengas miedo, te he estado esperando; te he extrañado, mi hijo, mi siervo’, y yo decía ¡perdóname!, por favor ¡perdóname! Cuando llegué al frente escuché una voz que me dijo ‘eres mi hijo que se fue, y hoy ha regresado. Y para que veas que no sólo te perdono, te amo y que hoy también restauro tu ministerio, como prueba de eso, PONGO ANILLO EN TU DEDO”.
¡Wow! Yo no sabía qué hacer. Sólo caí de rodillas glorificando al Señor, como por unas dos horas no pude ponerme de pie. Salí de aquel lugar como a las once de la noche.
Hoy ese joven es mi amigo y compañero de milicias en México; Dios lo ha levantado con un gran ministerio de milagros. Cuando lo veo me da alegría y tristeza: alegría por ver cómo Dios lo ha restaurado y levantado, y tristeza porque sigue trayendo “MI ANILLO” (¡Ja, ja!). Ese anillo jamás fue mío.
Ruego a Dios que en este mismo instante esté tocando tu vida, te restaure y ponga Él un ANILLO EN TU CORAZÓN.
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