JESÚS Y LA MUJER
"Tomadas en serio"
Por Mardi Keyes
Jesús desafió las normas culturales que eran contrarias a las mujeres y, aún más, las convirtió en sus socias.
Con la llegada de Jesús, el Mesías, dio comienzo a una nueva era. Jesús vino a un mundo donde, en la ley y en la vida, a las mujeres las consideraban inferiores en todos los sentidos. Por medio de su enseñanza y conducta, él retó de manera constante las normas patriarcales de su cultura. Rechazando la práctica de mantener a las mujeres aisladas y calladas, Jesús las incluyó en su grupo itinerante de discípulos. Sorprendió a todo el mundo al reprender a Marta por su preocupación por el «trabajo doméstico» y alabar a su hermana María por su interés en escuchar al Señor (Lc 10.41–42).
En una cultura que culpaba a las mujeres de la lujuria masculina, Jesús aplicó la culpa a quien la tenía: a los hombres que miraban con lascivia a las mujeres. Jesús, y más tarde el apóstol Pablo, abolió la doble norma relativa al divorcio y al adulterio, según la cual un hombre podía repudiar a su esposa por un simple capricho, y donde la mujer carecía de todo derecho. Y ambos, Jesús y Pablo, afirmaron la soltería como una elección valiosa para hombres y mujeres (Mt 19.12; 1Co 7).
En una cultura que devaluaba la palabra de la mujer hasta tal punto que se les prohibía testificar en un tribunal, Jesús eligió a las mujeres para que fueran las primeras en testificar de su resurrección. Semejante distinción confirió una posición única a las mujeres de la iglesia primitiva. Este hecho no pasó desapercibido para los romanos, muchos de los cuales se burlaban de la fe cristiana por la autoridad que reconocía e investía a las mujeres.
Dorothy Sayers escribió lo siguiente sobre Jesús de Nazaret:
"Puede que no sea de extrañar que las mujeres fueran las primeras junto a su cuna y las últimas junto a su cruz. Nunca habían conocido a un hombre como este hombre, y nunca ha vuelto a existir otro igual. Un profeta y maestro que nunca las reprendió, que nunca les dio coba, no las oprimió, ni las hizo sentirse inferiores.
Alguien que nunca se burló de ellas, ni las trató como «¡mujeres!, ¡que Dios nos ayude!» o «¡señoras!, ¡que Dios las bendiga!».
Alguien que reprendió sin crueldad y alabó sin condescendencia; que se tomó en serio sus preguntas y argumentos; que nunca les marcó una pauta a seguir y nunca les exigió que fueran femeninas, ni se burló de ellas por ser mujeres.
Alguien que no empuñó ningún arma contra ellas como si tuviera que defender su dignidad masculina; que las aceptó tal y como eran.
Alguien que fue completamente anti-egoísta. No existe un solo hecho, un solo sermón o parábola en todo el evangelio que extraiga su fuerza de la perversidad femenina; nadie puede concluir, con base a las palabras y hechos de Jesús, que hubiera algo «gracioso» en la naturaleza de las mujeres»."
Jesús, el Mesías, reconcilió a la humanidad con Dios por medio de su muerte y resurrección. Poco después de ésta, la Iglesia cristiana se inicia con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. El apóstol Pedro cita al profeta Joel (Hch 2.17–18), anunciando ante una multitud multiracial que el Espíritu de Dios estaba aboliendo las barreras del sexo, de las clases sociales y de la edad para acceder al ministerio (Joel 2.28–29).
"Después de esto derramaré mi Espíritu sobre todo ser humano, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. También sobre los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días."
FUENTE:
Desarrollo cristiano
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Con la llegada de Jesús, el Mesías, dio comienzo a una nueva era. Jesús vino a un mundo donde, en la ley y en la vida, a las mujeres las consideraban inferiores en todos los sentidos. Por medio de su enseñanza y conducta, él retó de manera constante las normas patriarcales de su cultura. Rechazando la práctica de mantener a las mujeres aisladas y calladas, Jesús las incluyó en su grupo itinerante de discípulos. Sorprendió a todo el mundo al reprender a Marta por su preocupación por el «trabajo doméstico» y alabar a su hermana María por su interés en escuchar al Señor (Lc 10.41–42).
En una cultura que culpaba a las mujeres de la lujuria masculina, Jesús aplicó la culpa a quien la tenía: a los hombres que miraban con lascivia a las mujeres. Jesús, y más tarde el apóstol Pablo, abolió la doble norma relativa al divorcio y al adulterio, según la cual un hombre podía repudiar a su esposa por un simple capricho, y donde la mujer carecía de todo derecho. Y ambos, Jesús y Pablo, afirmaron la soltería como una elección valiosa para hombres y mujeres (Mt 19.12; 1Co 7).
En una cultura que devaluaba la palabra de la mujer hasta tal punto que se les prohibía testificar en un tribunal, Jesús eligió a las mujeres para que fueran las primeras en testificar de su resurrección. Semejante distinción confirió una posición única a las mujeres de la iglesia primitiva. Este hecho no pasó desapercibido para los romanos, muchos de los cuales se burlaban de la fe cristiana por la autoridad que reconocía e investía a las mujeres.
Dorothy Sayers escribió lo siguiente sobre Jesús de Nazaret:
"Puede que no sea de extrañar que las mujeres fueran las primeras junto a su cuna y las últimas junto a su cruz. Nunca habían conocido a un hombre como este hombre, y nunca ha vuelto a existir otro igual. Un profeta y maestro que nunca las reprendió, que nunca les dio coba, no las oprimió, ni las hizo sentirse inferiores.
Alguien que nunca se burló de ellas, ni las trató como «¡mujeres!, ¡que Dios nos ayude!» o «¡señoras!, ¡que Dios las bendiga!».
Alguien que reprendió sin crueldad y alabó sin condescendencia; que se tomó en serio sus preguntas y argumentos; que nunca les marcó una pauta a seguir y nunca les exigió que fueran femeninas, ni se burló de ellas por ser mujeres.
Alguien que no empuñó ningún arma contra ellas como si tuviera que defender su dignidad masculina; que las aceptó tal y como eran.
Alguien que fue completamente anti-egoísta. No existe un solo hecho, un solo sermón o parábola en todo el evangelio que extraiga su fuerza de la perversidad femenina; nadie puede concluir, con base a las palabras y hechos de Jesús, que hubiera algo «gracioso» en la naturaleza de las mujeres»."
Jesús, el Mesías, reconcilió a la humanidad con Dios por medio de su muerte y resurrección. Poco después de ésta, la Iglesia cristiana se inicia con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. El apóstol Pedro cita al profeta Joel (Hch 2.17–18), anunciando ante una multitud multiracial que el Espíritu de Dios estaba aboliendo las barreras del sexo, de las clases sociales y de la edad para acceder al ministerio (Joel 2.28–29).
"Después de esto derramaré mi Espíritu sobre todo ser humano, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. También sobre los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días."
FUENTE:
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