¡Hay esperanza para los odres viejos!
Por apóstol Daniel Guerrero
"Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; pues si lo hace, no solo rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado de él no armoniza con el viejo. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará y los odres se perderán. Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservarán. Y ninguno que beba el añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: el añejo es el mejor." (Lucas 5:36-39)
La Iglesia protestante surgió de una reforma, realmente de un proceso de reforma, en el cual Martin Lutero, entre otros contemporáneos a él, jugó un papel clave en el desarrollo y expansión del mismo. Este hecho, la mayoría de los pastores y líderes evangélicos lo conocemos, pero en el momento de tener que abrirnos a los cambios que el Espíritu del Señor está demandando en el seno de Su Iglesia, entonces nos resistimos, endurecemos nuestra mente y corazón, y al igual que en el pasado, no permitimos que los cambios y reformas necesarias ocurran...
Ante ese proceso de cambios y reformas, siempre traemos a colación la parábola que el Maestro le dio a los fariseos y doctores de la ley (de las Sagradas Escrituras), sobre el vino nuevo y los odres viejos y los odres nuevos, figuras que son extraídas de la cultura de la época del Maestro. El vestido nuevo no se había encojido aún, por lo que el uso de un remiendo nuevo para remendar el vestido más viejo provocaría otra rotura en éste cuando el remiendo comience a encojerse. Del mismo modo, odres viejos llegan al punto de "estirase hasta el límite" o se vuelven frágiles porque el vino se fermenta en su interior;. por lo tanto, usarlos para un vino nuevo, se corre el riesgo de que estallen, se rompan, y como consecuencia se pierde tanto el odre viejo como el vino nuevo. Y es claro, por el contexto, que las dos parábolas se refieren a la relación entre la enseñanza de Jesús y el judaísmo tradicional; que podemos aplicar a la relación que hay entre personas que se cierran a una nueva enseñanza o proceso de cambios de paradigmas y a personas que son abiertas y receptivas a una nueva enseñanza o a los proceso de cambios de paradigmas. Dicho lo anterior, los odres viejos son las personas cerradas a los cambios por sus previos conceptos y experiencias pasadas; y los odres nuevos son las personas abiertas a los cambios, a las nuevas enseñanzas y prácticas que Jesús trae.
La sentencia del Maestro no deja espacio para que el vestido viejo pueda ser reparado ni el odre viejo pueda contener el vino nuevo. Así que, ¿qué esperanza hay? ¿Cómo un odre viejo puede servir al derramamiento del vino nuevo? ¿Cómo una persona con viejos conceptos y experiencias puede servir a los cambios que Jesús trae hoy?
Para ello quiero traer a nuestra memoria dos experiencias que ilustran cómo Dios podría trabajar en la vida de todos aquellos líderes espirituales, que en determinado momento se encuentran en la encrcucijada de abrirse o cerrarse a un proceso de cambio, a una nueva enseñanza o práctica que el Espíritu del Señor trae a Su pueblo, a Su iglesia.
1. El primer caso es el del sacerdote Elí y el jóven profeta Samuel (1Sam. 3:1-21).
La Escritura dice que "la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia" (v.1) y esa es una declaración extraña, pues para ese entonces el pueblo ya contaba con la Ley de Moisés. Es decir, como dirían algunos líderes que se resisten a la restauración del ministerio profético hoy, ¡tenían la Palabra escrita de Dios! ¡Tenían la revelación dada a Moisés, no hacía falta más revelación!
Pero tenemos aquí la historia de un viejo sacerdote que estaba mentoreándo a un chico que fue dejado en el Templo por sus padres, como ofrenda a Dios. El viejo Elí, para ese entonces, ya estaba teniendo ciertos problemas físicos, espirituales, familiares y ministeriales... Estaba quedando ciego (¿a qué clase de "ceguera" se referirá aquí?) y sus hijos, sacerdotes como él, estaban en serias prácticas sexuales y ministeriales pecaminosas. Vivían con su padre, ministraban junto con su padre, pero de ellos se decía que "no tenían conocimiento de Jehová" (¿a qué clase de "conocimiento" se referirá aquí?). Y el viejo Elí, no tenía fuerzas ni "voluntad política" para detener los pecados de sus hijos, por lo que le llegó un cambio, un "ahora" de Dios (1Sam. 2:30). Un día le llegó un varón de Dios (profeta) para declararle lo que el Señor estaba listo para hacer sobre él, sobre sus hijos y los hijos de sus hijos; y la declaración no fue nada buena...
Tiempo después tuvo que ayudar al joven Samuel a aprender a escuchar la voz de Dios, porque "Samuel no había conocido (¿a qué clase de "conocimiento" se referirá aquí?) aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada" (1Sam. 3:7). ¡Esta declaración es sumamente interesante y profunda! Pero no podemos detenernos en ella... por causa del tiempo y el espacio. El chico escuchó tres veces la "voz" de Dios, pues Elí lo instruyó bien en ello; y llegó a ser un profeta y un juez sobre toda la casa de Israel. Y esta experiencia termina con un final feliz: "Y Jehová volvió a aparecer en Silo, porque Jehová se manisfestó a Samuel en Silo por la palabra de Jehová" (v.21). Dios volvió a aparecer, Dios volvió a manifestarse, Dios volvió a revelarse porque encontró a alguien dispuesto a escuchar Su voz y a recibir Su palabra. ¡Oh Dios, abre nuestros ojos y corazones para verte y escucharte hoy!
El viejo Elí, este primer odre viejo, no recibió expiación por sus pecados ni por los de su casa, ni con sacrificios ni con ofrendas (v. 14); con todo, sirvió a la nueva generación del vino nuevo. Como odre viejo, no pudo ser ni renovado ni reparado; pero con todo, se dispuso a servir a la transición, al cambio entre un viejo tiempo y un nuevo tiempo de Dios. Él ya ni veía, ni escuchaba la palabra de Dios, pero ayudó, entrenó y mentoreó a la nueva generación del vino nuevo; escuchó al joven profeta lo que Jehová le había mandado a decir, recibió la palabra y se preparó para la transición, para el cambio. Aún cuando la palabra y el cambio fueron duros y drásticos, tanto para él como para su familia.
¿Habrá "Elís" en nuestras iglesias, en nuestras denominaciones, en nuestros institutos bíblicos y seminarios?
2. El segundo caso es el de Simeón, Ana y Jesús (Lucas 2:21-38).
¡Estos viejos me gustan! ¡Yo amo a estos viejos odres! Y me gusta que sea un viejito y una viejita.
No se dice mucho de Simeón, pero él sí dice mucho de Jesús. ¡Eso me gusta! Sólo se dice que era "hombre justo y piadoso y esperaba la consolación (paráklesis, la misma raíz de donde viene parákletos: ¡consolador!) de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él" (v. 25). Así que, aquí tenemos a un viejo que está esperando la consolación y el Consolador mismo estaba con él. Y le había sido revelado (¿a qué clase de revelación se referirá aquí?) que no moriría sin antes ver al ungido (el Cristo) de Dios. Veamos al detalle las características de este viejo odre:
2.1. Simeón, shimeón, que significa "oír", palabra hebrea de la misma raíz de shemaá, que se usa en Deuteronomio 6:4 para indicar el "anuncio" de Dios a Su pueblo de "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es"; y la otra variante shamá uno que es "obediente". ¡WOW! Aquí hay mucho que decir...
2.2. El nombre Simeón viene del segundo hijo de Jacob, a quien le dio una dura palabra de "bendición", junto con su hermano Leví (Gén.49:5-7): Jacob profetizó de ellos "en su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía"; pero el viejo Simeón, este viejo odre, supo cómo revertir esta maldición y al final se dijo de él, "que era hombre justo y piadoso... y el Espíritu Santo estaba con él", es decir, el Espíritu del Señor le acompañaba.
2.3. El Espíritu le dio revelación y por lo tanto le dio propósito y destino.
2.4. El Espíritu Santo le movía, y él se dejaba mover por el Espíritu; porque era un viejo odre que había aprendido a "oír" la voz de Dios y a ser "obediente" a ella.
2.5. Él se preparó para la transición del viejo tiempo para un nuevo tiempo, y bedijo al agente de ese cambio, de esa transición histórica que tenía que acontecer en el pueblo de Dios. Ahora lo interesante de este viejo "que oye" es que en su profecía habla de "ver":
2.5.1. Su ojos han visto la salvación, la salvación que Dios preparará ante la vista de todos.
2.5.2. Esta salvación es Luz para revelación (apokálupsis, capacidad de ver o manifestar lo que está detrás u oculto) de gentiles y judíos.
2.5.3. Y esta salvación es gloria para el pueblo de Israel.
Y todo esto lo está diciendo un "Simeón" (Gén. 49:5-7)... Y aún más, porque luego bendice también a los padres y le profetiza a María (Luc. 2:34-35).
De Ana, también se dice poco, tanto de ella como de lo que hizo; pero de qué se hace mención de esta vieja odre:
a. Su nombre era Ana, kjaná, palabra hebrea que significa "favorecida"; pero que su raíz es parecida y puede significar: inclinar, acampar, habitar, permanecer, hacer campamento: Y comparte la misma raíz del nombre del patriarca Enoc: Kjanóc
b. Era profetiza, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, quien fuera hijo de Lea (primera esposa de Jacob) a través de su sierva Zilpa. Aser significa Feliz, pues hizo dichosa a su madre (Gén 30:13), quien en esa momento estaba en una "carrera armamentista" con su hermana Raquel, para darle hijos a Jacob, esposo de ambas... De Aser, Jacob profetizó que "el pan de Aser será sustancioso, y él dará deleites al rey" (Gén. 48:20). Es decir que una muy "favorecida", fue dichosa al deleitarse mientras declaraba las bendiciones que el niño Jesús traía al pueblo (Luc. 2:38).
c. Era una vieja viuda hacía 84 (12x7) años, y vivió con su esposo solamente 7 años; y lejos de estar amargada, hostinada y resentida, la Escritura dice de ella que "no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayuno y con oraciones". ¡Oh Dios, abre nuestros ojos, abre los ojos de nuestro entendimiento, dános revelación!
d. Se presentó en la misma hora (¡kairós! tiempo oportuno de Dios), en el mismo tiempo en que Simeón se presentó y los padres del niño Jesús se presentaron en el Templo, para darle gracias a Dios y para proclamar la buena noticia que estaba aconteciendo en esa "hora", en la historia del pueblo de Israel y de toda la humanidad.
Así que, tenemos a este par de odres viejos, que oyen y hablan lo que el Espíritu del Señor les da y se disponen a preparar el proceso de transición y a bendecir a los agentes de cambios que producirán las reformas, restauración y salvación necesarias en el pueblo de Dios.
Estos odres viejos reciben en sus brazos el odre nuevo con el vino nuevo, lo bendicen y lo celebran; entienden que su tiempo se cumplió y se preparan para el nuevo kairós de Dios para su pueblo, aunque ellos mismos no lo puedan vivir o disfrutar.
¡Oh Dios, dános este tipo de odres viejos! Líderes que en vez de resistirse a los cambios, los reciban, los evaluen, los bendigan y los celebren, aunque no los entiendan, aunque ellos no los ejecuten, aunque ellos no sean más los protagonistas para ese nuevo tiempo de un vino nuevo. Dános, oh Dios, esos odres viejos, líderes ancianos que sean sensibles a Tu voz, a lo que Tu Espíritu está diciendo a Tu Iglesia; que puedan discernir y ver el mover de Tu Espíritu, aunque no lo entiendan del todo.
CONCLUSIÓN
¡Hay esperanza para los odres viejos!
Si nuestros vestidos no pueden ser reparados, el Señor Dios todopoderoso es capáz de darnos vestiduras nuevas, para el nuevo tiempo, y el para el tiempo de cambio que Él está trayendo sobre Su pueblo y las naciones.
1. Así Dios hizo con otro sacerdote, con Josué (Zac. 3:1-10)
2. Así Dios hace con todos los que creen en Su Hijo e invocan su Nombre (Ap. 3:1-6)
Si nuestros odres no pueden ser renovados ni usados más, el Señor Dios Todopoderoso es capaz de darnos un odre nuevo, un nuevo corazón, para recibir el vino nuevo, la revelación y la gloria que el Espíritu del Señor está trayendo en este tiempo sobre Su pueblo y las naciones
1. Así hizo Dios con un viejo rey y un profeta, con David y con Jeremías y Ezequiel (Sal. 51:10-13; Jer. 31:31-35; Ez. 11:17-21)
2. Así hizo Dios con un viejo fariseo que se abrió al cambio que Dios trajo a través de Jesús (Col. 3:5-17; Ef. 4:17-24)
Por apóstol Daniel Guerrero
"Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; pues si lo hace, no solo rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado de él no armoniza con el viejo. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará y los odres se perderán. Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservarán. Y ninguno que beba el añejo, quiere luego el nuevo; porque dice: el añejo es el mejor." (Lucas 5:36-39)
La Iglesia protestante surgió de una reforma, realmente de un proceso de reforma, en el cual Martin Lutero, entre otros contemporáneos a él, jugó un papel clave en el desarrollo y expansión del mismo. Este hecho, la mayoría de los pastores y líderes evangélicos lo conocemos, pero en el momento de tener que abrirnos a los cambios que el Espíritu del Señor está demandando en el seno de Su Iglesia, entonces nos resistimos, endurecemos nuestra mente y corazón, y al igual que en el pasado, no permitimos que los cambios y reformas necesarias ocurran...
La sentencia del Maestro no deja espacio para que el vestido viejo pueda ser reparado ni el odre viejo pueda contener el vino nuevo. Así que, ¿qué esperanza hay? ¿Cómo un odre viejo puede servir al derramamiento del vino nuevo? ¿Cómo una persona con viejos conceptos y experiencias puede servir a los cambios que Jesús trae hoy?
Para ello quiero traer a nuestra memoria dos experiencias que ilustran cómo Dios podría trabajar en la vida de todos aquellos líderes espirituales, que en determinado momento se encuentran en la encrcucijada de abrirse o cerrarse a un proceso de cambio, a una nueva enseñanza o práctica que el Espíritu del Señor trae a Su pueblo, a Su iglesia.
1. El primer caso es el del sacerdote Elí y el jóven profeta Samuel (1Sam. 3:1-21).
La Escritura dice que "la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia" (v.1) y esa es una declaración extraña, pues para ese entonces el pueblo ya contaba con la Ley de Moisés. Es decir, como dirían algunos líderes que se resisten a la restauración del ministerio profético hoy, ¡tenían la Palabra escrita de Dios! ¡Tenían la revelación dada a Moisés, no hacía falta más revelación!
Pero tenemos aquí la historia de un viejo sacerdote que estaba mentoreándo a un chico que fue dejado en el Templo por sus padres, como ofrenda a Dios. El viejo Elí, para ese entonces, ya estaba teniendo ciertos problemas físicos, espirituales, familiares y ministeriales... Estaba quedando ciego (¿a qué clase de "ceguera" se referirá aquí?) y sus hijos, sacerdotes como él, estaban en serias prácticas sexuales y ministeriales pecaminosas. Vivían con su padre, ministraban junto con su padre, pero de ellos se decía que "no tenían conocimiento de Jehová" (¿a qué clase de "conocimiento" se referirá aquí?). Y el viejo Elí, no tenía fuerzas ni "voluntad política" para detener los pecados de sus hijos, por lo que le llegó un cambio, un "ahora" de Dios (1Sam. 2:30). Un día le llegó un varón de Dios (profeta) para declararle lo que el Señor estaba listo para hacer sobre él, sobre sus hijos y los hijos de sus hijos; y la declaración no fue nada buena...
Tiempo después tuvo que ayudar al joven Samuel a aprender a escuchar la voz de Dios, porque "Samuel no había conocido (¿a qué clase de "conocimiento" se referirá aquí?) aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada" (1Sam. 3:7). ¡Esta declaración es sumamente interesante y profunda! Pero no podemos detenernos en ella... por causa del tiempo y el espacio. El chico escuchó tres veces la "voz" de Dios, pues Elí lo instruyó bien en ello; y llegó a ser un profeta y un juez sobre toda la casa de Israel. Y esta experiencia termina con un final feliz: "Y Jehová volvió a aparecer en Silo, porque Jehová se manisfestó a Samuel en Silo por la palabra de Jehová" (v.21). Dios volvió a aparecer, Dios volvió a manifestarse, Dios volvió a revelarse porque encontró a alguien dispuesto a escuchar Su voz y a recibir Su palabra. ¡Oh Dios, abre nuestros ojos y corazones para verte y escucharte hoy!
El viejo Elí, este primer odre viejo, no recibió expiación por sus pecados ni por los de su casa, ni con sacrificios ni con ofrendas (v. 14); con todo, sirvió a la nueva generación del vino nuevo. Como odre viejo, no pudo ser ni renovado ni reparado; pero con todo, se dispuso a servir a la transición, al cambio entre un viejo tiempo y un nuevo tiempo de Dios. Él ya ni veía, ni escuchaba la palabra de Dios, pero ayudó, entrenó y mentoreó a la nueva generación del vino nuevo; escuchó al joven profeta lo que Jehová le había mandado a decir, recibió la palabra y se preparó para la transición, para el cambio. Aún cuando la palabra y el cambio fueron duros y drásticos, tanto para él como para su familia.
¿Habrá "Elís" en nuestras iglesias, en nuestras denominaciones, en nuestros institutos bíblicos y seminarios?
2. El segundo caso es el de Simeón, Ana y Jesús (Lucas 2:21-38).
¡Estos viejos me gustan! ¡Yo amo a estos viejos odres! Y me gusta que sea un viejito y una viejita.
No se dice mucho de Simeón, pero él sí dice mucho de Jesús. ¡Eso me gusta! Sólo se dice que era "hombre justo y piadoso y esperaba la consolación (paráklesis, la misma raíz de donde viene parákletos: ¡consolador!) de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él" (v. 25). Así que, aquí tenemos a un viejo que está esperando la consolación y el Consolador mismo estaba con él. Y le había sido revelado (¿a qué clase de revelación se referirá aquí?) que no moriría sin antes ver al ungido (el Cristo) de Dios. Veamos al detalle las características de este viejo odre:
2.1. Simeón, shimeón, que significa "oír", palabra hebrea de la misma raíz de shemaá, que se usa en Deuteronomio 6:4 para indicar el "anuncio" de Dios a Su pueblo de "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es"; y la otra variante shamá uno que es "obediente". ¡WOW! Aquí hay mucho que decir...
2.2. El nombre Simeón viene del segundo hijo de Jacob, a quien le dio una dura palabra de "bendición", junto con su hermano Leví (Gén.49:5-7): Jacob profetizó de ellos "en su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía"; pero el viejo Simeón, este viejo odre, supo cómo revertir esta maldición y al final se dijo de él, "que era hombre justo y piadoso... y el Espíritu Santo estaba con él", es decir, el Espíritu del Señor le acompañaba.
2.3. El Espíritu le dio revelación y por lo tanto le dio propósito y destino.
2.4. El Espíritu Santo le movía, y él se dejaba mover por el Espíritu; porque era un viejo odre que había aprendido a "oír" la voz de Dios y a ser "obediente" a ella.
2.5. Él se preparó para la transición del viejo tiempo para un nuevo tiempo, y bedijo al agente de ese cambio, de esa transición histórica que tenía que acontecer en el pueblo de Dios. Ahora lo interesante de este viejo "que oye" es que en su profecía habla de "ver":
2.5.1. Su ojos han visto la salvación, la salvación que Dios preparará ante la vista de todos.
2.5.2. Esta salvación es Luz para revelación (apokálupsis, capacidad de ver o manifestar lo que está detrás u oculto) de gentiles y judíos.
2.5.3. Y esta salvación es gloria para el pueblo de Israel.
Y todo esto lo está diciendo un "Simeón" (Gén. 49:5-7)... Y aún más, porque luego bendice también a los padres y le profetiza a María (Luc. 2:34-35).
De Ana, también se dice poco, tanto de ella como de lo que hizo; pero de qué se hace mención de esta vieja odre:
a. Su nombre era Ana, kjaná, palabra hebrea que significa "favorecida"; pero que su raíz es parecida y puede significar: inclinar, acampar, habitar, permanecer, hacer campamento: Y comparte la misma raíz del nombre del patriarca Enoc: Kjanóc
b. Era profetiza, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, quien fuera hijo de Lea (primera esposa de Jacob) a través de su sierva Zilpa. Aser significa Feliz, pues hizo dichosa a su madre (Gén 30:13), quien en esa momento estaba en una "carrera armamentista" con su hermana Raquel, para darle hijos a Jacob, esposo de ambas... De Aser, Jacob profetizó que "el pan de Aser será sustancioso, y él dará deleites al rey" (Gén. 48:20). Es decir que una muy "favorecida", fue dichosa al deleitarse mientras declaraba las bendiciones que el niño Jesús traía al pueblo (Luc. 2:38).
c. Era una vieja viuda hacía 84 (12x7) años, y vivió con su esposo solamente 7 años; y lejos de estar amargada, hostinada y resentida, la Escritura dice de ella que "no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayuno y con oraciones". ¡Oh Dios, abre nuestros ojos, abre los ojos de nuestro entendimiento, dános revelación!
d. Se presentó en la misma hora (¡kairós! tiempo oportuno de Dios), en el mismo tiempo en que Simeón se presentó y los padres del niño Jesús se presentaron en el Templo, para darle gracias a Dios y para proclamar la buena noticia que estaba aconteciendo en esa "hora", en la historia del pueblo de Israel y de toda la humanidad.
Así que, tenemos a este par de odres viejos, que oyen y hablan lo que el Espíritu del Señor les da y se disponen a preparar el proceso de transición y a bendecir a los agentes de cambios que producirán las reformas, restauración y salvación necesarias en el pueblo de Dios.
Estos odres viejos reciben en sus brazos el odre nuevo con el vino nuevo, lo bendicen y lo celebran; entienden que su tiempo se cumplió y se preparan para el nuevo kairós de Dios para su pueblo, aunque ellos mismos no lo puedan vivir o disfrutar.
¡Oh Dios, dános este tipo de odres viejos! Líderes que en vez de resistirse a los cambios, los reciban, los evaluen, los bendigan y los celebren, aunque no los entiendan, aunque ellos no los ejecuten, aunque ellos no sean más los protagonistas para ese nuevo tiempo de un vino nuevo. Dános, oh Dios, esos odres viejos, líderes ancianos que sean sensibles a Tu voz, a lo que Tu Espíritu está diciendo a Tu Iglesia; que puedan discernir y ver el mover de Tu Espíritu, aunque no lo entiendan del todo.
CONCLUSIÓN
¡Hay esperanza para los odres viejos!
Si nuestros vestidos no pueden ser reparados, el Señor Dios todopoderoso es capáz de darnos vestiduras nuevas, para el nuevo tiempo, y el para el tiempo de cambio que Él está trayendo sobre Su pueblo y las naciones.
1. Así Dios hizo con otro sacerdote, con Josué (Zac. 3:1-10)
2. Así Dios hace con todos los que creen en Su Hijo e invocan su Nombre (Ap. 3:1-6)
Si nuestros odres no pueden ser renovados ni usados más, el Señor Dios Todopoderoso es capaz de darnos un odre nuevo, un nuevo corazón, para recibir el vino nuevo, la revelación y la gloria que el Espíritu del Señor está trayendo en este tiempo sobre Su pueblo y las naciones
1. Así hizo Dios con un viejo rey y un profeta, con David y con Jeremías y Ezequiel (Sal. 51:10-13; Jer. 31:31-35; Ez. 11:17-21)
2. Así hizo Dios con un viejo fariseo que se abrió al cambio que Dios trajo a través de Jesús (Col. 3:5-17; Ef. 4:17-24)
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