Por Darío Josué Ortega Blanco
Fuente: Entrecristianos.com
Una preocupación mundial por los recientes cambios climáticos está colmando las noticias de periódicos, televisión, internet y radio, el asunto se ve cada vez peor cuando por razones de las acciones humanas manifestadas en daños irreversibles a los ecosistemas naturales se provoca la destrucción de espacios necesarios para la subsistencia de la humanidad. Terremotos, incendios, variaciones en el clima de manera abrupta, inundaciones, y la pérdida paulatina de especies en vías de extinción.
Por años me he preguntado, ¿será que la iglesia de Cristo tiene algo que decir con respecto a este asunto? ¿Cuál es el papel de cada creyente ante esta situación que le afecta directamente? ¿La Biblia tiene algo que decir? El problema es que lamentablemente hemos concedido nuestro espacio, cuando no aportamos nada, cuando guardamos silencio o en el momento que miramos hacia otro lugar en vez de enfrentar esta situación.
En muchos de lo casos el creyente tiene la concepción de que este asunto es responsabilidad de los gobiernos, los empresarios o los organismos de conservación creados para este fin. El creyente teme verse envuelto en un asunto que lo vaya a ver envuelto en una situación con implicaciones políticas que vayan a perjudicar su testimonio.
Ahora bien, volvamos al principio de todo, ¿quién es el creador de todo este maravilloso mundo? Por supuesto la respuesta es DIOS; la verdad que nos presenta la Biblia es que Dios es el creador, dueño de todo lo creado. Esto tiene serias implicaciones para la vida del creyente, ya que cada cristiano tiene el deber de enseñar esta verdad; y al hacerlo está realizando un aporte significativo a la cosmovisión conservacionista que nos plantean algunos grupos ecologistas, donde se presenta a la naturaleza como el fin en si misma.
La misión de Jesucristo a sus discípulos incluye la enseñanzas de todas las verdades de la Palabra de Dios; y el ser humano requiere saber y entender que el problema ecológico y el cuidado del medio ambiente tiene su raíz en el problema del pecado y la rebelión del ser humano en contra de su Creador. La meta en la redención es la reconciliación del hombre con Dios, por medio de Jesucristo.
La reconciliación del hombre con Dios trae como consecuencia un sentido de urgencia y una expectación de juicio con respecto a la responsabilidad entregada al hombre en el Huerto del Edén, ya que no se nos entregó lo creado no para destruirlo; sino más bien, para cuidarlo y dar cuenta a su Dueño de su uso. El asunto de rigor es que no puede haber un sentido ecológico en una comunidad que excluye al Creador. El excluir a Dios del escenario universal trae un vacio en todo tipo de persuasión, ya que las motivaciones se centran en la urgencia de salvarnos de la destrucción en el hoy y en el ahora, sin pensar en el asunto del “después de la muerte”.
Es decir el asunto ecológico para el creyente tiene su fuente en que nosotros no somos dueños de nada que nos rodea, todo pertenece a Dios y un día tendremos que dar cuenta a Dios por el uso que le hemos dado a todo. Dios como Creador de todo el mundo, no lo ha dejado abandonado, al contrario la Biblia nos plantea que lo sustenta y lo cuida hasta en los mínimos detalles (Mateo 6:25-34). El creyente como servidor e imitador de Dios ha de cuidarlo también.
Otro aspecto digno de notar es que nos hace falta sensibilizarnos con respecto a este asunto, ya que esa insensibilidad ecológica no nos permite escuchar los que Pablo llama “los gemidos de la creación” (Romanos 8:22-23); estos gemidos de la creación provocaban que Pablo gimiera de igual forma, esperando la consumación de la glorificación, en el final de los tiempos. ¿Puede el creyente escuchar los gemidos de los damnificados en Haití, en Chile y en cada lugar donde haya un ser humano oprimido, hambriento y perseguido? Hoy la humanidad gime por las propias consecuencias de sus actos. ¿Cuánta necesidad puede usted observar a su alrededor? Un aguacero aquí, una tormenta allá, un huracán, un tsunami significa un sin fin de personas que lloran, sufren y gimen. ¿Puede usted escuchar esos gemidos?
El resultado de no escuchar los gemidos es que no se aprende a gemir. Pablo gemía juntamente con la creación porque la podía escuchar. Hoy más que nunca se precisan creyentes que giman en coro con la creación, este gemido representa el sentir de un corazón sensibilizado y comprometido con el Creador. El peligro también se encuentra en que el creyente tome este asunto ecológico como muchos grupos lo han hecho, como la oportunidad para llamar la atención de las comunidades; pero en realidad muchos no sienten simpatía, compasión y mucho menos empatía.
Muy bien lo presenta el teólogo latinoamericano Samuel Escobar: “No es la actitud de un proclamador triunfalista que se limita a gritarle al mundo la falsedad de sus esperanzas y utopías. Es el gemido de la compasión, de la simpatía, no desde la distancia protectora, sino desde la cercanía encarnada. Tampoco es la actitud del comerciante que ve en el hambre espiritual (ECOLÓGICA) la oportunidad de hacer negocio y engrandecer su tienda. No. Es, para empezar, la compasión que escucha el gemido del mundo”.
Ahora bien, podríamos decir que el primer paso que se puede dar es el de concientizarnos, sensibilizarnos y revisarnos sobre cuáles son mis más profundas convicciones, motivaciones y sobre todo nuestra actitud hacia la grave problemática que nos presenta el deterioro del medio ambiente y sus ecosistemas.
Por años me he preguntado, ¿será que la iglesia de Cristo tiene algo que decir con respecto a este asunto? ¿Cuál es el papel de cada creyente ante esta situación que le afecta directamente? ¿La Biblia tiene algo que decir? El problema es que lamentablemente hemos concedido nuestro espacio, cuando no aportamos nada, cuando guardamos silencio o en el momento que miramos hacia otro lugar en vez de enfrentar esta situación.
En muchos de lo casos el creyente tiene la concepción de que este asunto es responsabilidad de los gobiernos, los empresarios o los organismos de conservación creados para este fin. El creyente teme verse envuelto en un asunto que lo vaya a ver envuelto en una situación con implicaciones políticas que vayan a perjudicar su testimonio.
Ahora bien, volvamos al principio de todo, ¿quién es el creador de todo este maravilloso mundo? Por supuesto la respuesta es DIOS; la verdad que nos presenta la Biblia es que Dios es el creador, dueño de todo lo creado. Esto tiene serias implicaciones para la vida del creyente, ya que cada cristiano tiene el deber de enseñar esta verdad; y al hacerlo está realizando un aporte significativo a la cosmovisión conservacionista que nos plantean algunos grupos ecologistas, donde se presenta a la naturaleza como el fin en si misma.
La misión de Jesucristo a sus discípulos incluye la enseñanzas de todas las verdades de la Palabra de Dios; y el ser humano requiere saber y entender que el problema ecológico y el cuidado del medio ambiente tiene su raíz en el problema del pecado y la rebelión del ser humano en contra de su Creador. La meta en la redención es la reconciliación del hombre con Dios, por medio de Jesucristo.
La reconciliación del hombre con Dios trae como consecuencia un sentido de urgencia y una expectación de juicio con respecto a la responsabilidad entregada al hombre en el Huerto del Edén, ya que no se nos entregó lo creado no para destruirlo; sino más bien, para cuidarlo y dar cuenta a su Dueño de su uso. El asunto de rigor es que no puede haber un sentido ecológico en una comunidad que excluye al Creador. El excluir a Dios del escenario universal trae un vacio en todo tipo de persuasión, ya que las motivaciones se centran en la urgencia de salvarnos de la destrucción en el hoy y en el ahora, sin pensar en el asunto del “después de la muerte”.
Es decir el asunto ecológico para el creyente tiene su fuente en que nosotros no somos dueños de nada que nos rodea, todo pertenece a Dios y un día tendremos que dar cuenta a Dios por el uso que le hemos dado a todo. Dios como Creador de todo el mundo, no lo ha dejado abandonado, al contrario la Biblia nos plantea que lo sustenta y lo cuida hasta en los mínimos detalles (Mateo 6:25-34). El creyente como servidor e imitador de Dios ha de cuidarlo también.
Otro aspecto digno de notar es que nos hace falta sensibilizarnos con respecto a este asunto, ya que esa insensibilidad ecológica no nos permite escuchar los que Pablo llama “los gemidos de la creación” (Romanos 8:22-23); estos gemidos de la creación provocaban que Pablo gimiera de igual forma, esperando la consumación de la glorificación, en el final de los tiempos. ¿Puede el creyente escuchar los gemidos de los damnificados en Haití, en Chile y en cada lugar donde haya un ser humano oprimido, hambriento y perseguido? Hoy la humanidad gime por las propias consecuencias de sus actos. ¿Cuánta necesidad puede usted observar a su alrededor? Un aguacero aquí, una tormenta allá, un huracán, un tsunami significa un sin fin de personas que lloran, sufren y gimen. ¿Puede usted escuchar esos gemidos?
El resultado de no escuchar los gemidos es que no se aprende a gemir. Pablo gemía juntamente con la creación porque la podía escuchar. Hoy más que nunca se precisan creyentes que giman en coro con la creación, este gemido representa el sentir de un corazón sensibilizado y comprometido con el Creador. El peligro también se encuentra en que el creyente tome este asunto ecológico como muchos grupos lo han hecho, como la oportunidad para llamar la atención de las comunidades; pero en realidad muchos no sienten simpatía, compasión y mucho menos empatía.
Muy bien lo presenta el teólogo latinoamericano Samuel Escobar: “No es la actitud de un proclamador triunfalista que se limita a gritarle al mundo la falsedad de sus esperanzas y utopías. Es el gemido de la compasión, de la simpatía, no desde la distancia protectora, sino desde la cercanía encarnada. Tampoco es la actitud del comerciante que ve en el hambre espiritual (ECOLÓGICA) la oportunidad de hacer negocio y engrandecer su tienda. No. Es, para empezar, la compasión que escucha el gemido del mundo”.
Ahora bien, podríamos decir que el primer paso que se puede dar es el de concientizarnos, sensibilizarnos y revisarnos sobre cuáles son mis más profundas convicciones, motivaciones y sobre todo nuestra actitud hacia la grave problemática que nos presenta el deterioro del medio ambiente y sus ecosistemas.
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