LA JUSTICIA EN TIEMPOS DEL FIN II
La Oración: Rebelión al Status Quo
Reflexión sobre Lucas 18:1-8
Por pastora Ruth María Jaramillo
LA PARÁBOLA DE LA VIUDA Y EL JUEZ INJUSTO
La Oración: Rebelión al Status Quo
Reflexión sobre Lucas 18:1-8
Por pastora Ruth María Jaramillo
LA PARÁBOLA DE LA VIUDA Y EL JUEZ INJUSTO
Esta parábola ilustra la naturaleza de la intercesión. En la misma el paralelo que Jesús quiso establecer obviamente no era entre Dios y el juez corrupto sino entre la viuda y el peticionario. Dicho paralelo tiene dos aspectos: Primero, la viuda se rehusaba a aceptar su situación injusta, de la misma manera que un cristiano debería negarse a aceptar vivir en la naturaleza caída del mundo. Segundo, a pesar del desaliento, la viuda persistió con su caso en la misma forma que un cristiano debería persistir con el suyo. El primer aspecto tiene que ver con la naturaleza de la oración; el segundo, con la práctica de la misma.
Muy a menudo, nuestras oraciones de peticiones pedigüeñas son enclenques e irregulares porque son dirigidas de la manera equivocada. Nos culpamos a nosotros mismos por lo endeble de nuestra fuerza de voluntad, nuestros deseos insípidos, nuestra técnica ineficaz y nuestras mentes divagantes. Seguimos con la idea de que nuestra práctica es totalmente equivocada y nos devanamos los sesos tratando de descubrir dónde estamos fallando. El problema yace en el malentendido sobre la naturaleza de la oración de petición. Nuestra práctica nunca tendrá la tenacidad de la viuda hasta que nuestro entendimiento tenga la claridad de ella. “Nuestro problema: No fallamos en la práctica de la oración, sino en que no la entendemos.”
¿Cuál es, entonces, la naturaleza de la oración de petición, de intercesión? Es, en esencia, una rebelión: rebelión contra el mundo en su naturaleza caída; la absoluta y continua oposición a aceptar como normal aquello que definitivamente es anormal. Es en su aspecto negativo, el rechazo de cualquier ardid, treta o interpretación que sea contraria a la norma que Dios estableció originalmente. Como tal, la oración de petición es en sí misma una expresión del abismo insalvable que separa el bien del mal; la declaración de que el mal no es una variación del bien, sino su antítesis.
Llegar a aceptar la vida “tal como es”, aceptarla en sus propios términos (lo que significa reconocer lo inevitable de la forma en que opera) es abandonar el punto de vista cristiano acerca de Dios. Es la resignación a lo que es anormal, lo que lleva consigo la suposición no reconocida de que el poder de Dios para cambiar el mundo, para vencer el mal con el bien, no obrará.
Muy a menudo, nuestras oraciones de peticiones pedigüeñas son enclenques e irregulares porque son dirigidas de la manera equivocada. Nos culpamos a nosotros mismos por lo endeble de nuestra fuerza de voluntad, nuestros deseos insípidos, nuestra técnica ineficaz y nuestras mentes divagantes. Seguimos con la idea de que nuestra práctica es totalmente equivocada y nos devanamos los sesos tratando de descubrir dónde estamos fallando. El problema yace en el malentendido sobre la naturaleza de la oración de petición. Nuestra práctica nunca tendrá la tenacidad de la viuda hasta que nuestro entendimiento tenga la claridad de ella. “Nuestro problema: No fallamos en la práctica de la oración, sino en que no la entendemos.”
¿Cuál es, entonces, la naturaleza de la oración de petición, de intercesión? Es, en esencia, una rebelión: rebelión contra el mundo en su naturaleza caída; la absoluta y continua oposición a aceptar como normal aquello que definitivamente es anormal. Es en su aspecto negativo, el rechazo de cualquier ardid, treta o interpretación que sea contraria a la norma que Dios estableció originalmente. Como tal, la oración de petición es en sí misma una expresión del abismo insalvable que separa el bien del mal; la declaración de que el mal no es una variación del bien, sino su antítesis.
Llegar a aceptar la vida “tal como es”, aceptarla en sus propios términos (lo que significa reconocer lo inevitable de la forma en que opera) es abandonar el punto de vista cristiano acerca de Dios. Es la resignación a lo que es anormal, lo que lleva consigo la suposición no reconocida de que el poder de Dios para cambiar el mundo, para vencer el mal con el bien, no obrará.
“Nuestro problema con la Intercesión: No es que fallamos en la práctica de la oración, sino en que no la entendemos.”
Nada derrota a la intercesión, y con ella, al punto de vista cristiano acerca de Dios, tan rápidamente como la resignación. Jesús dijo que debemos orar siempre, y “no desmayar”, no conformándonos así con lo que está, con el Status Quo (Lucas 18:1).
La degradación de la intercesión en presencia de la resignación tiene un origen histórico interesante. Es el caso de los estoicos, quienes decían que dicha clase de oración se rehusaba a aceptar el mundo existente como una expresión de la voluntad de Dios. Supuestamente, uno trata de escapar del mundo a través del intento de cambiarlo. Eso, decían ellos, era malo. Un argumento similar se encuentra en el budismo. Y el mismo resultado, aunque alcanzado mediante un proceso de razonamiento diferente, se encuentra comúnmente en nuestra cultura secular, en donde se ve a la vida como un fin en si. La vida, según lo creen, está separada de cualquier relación con Dios, entonces, Dios puede estar presente y activo en el mundo, pero no es una presencia y una actividad que cambia nada.
Contra todo esto, debe afirmarse que la oración de intercesión sólo florece cuando creemos dos cosas: primero, que el nombre de Dios es santificado muy irregularmente. Segundo, que Dios mismo puede cambiar dicha situación. Por lo tanto, la intercesión es la expresión de que la vida, tal como la enfrentamos puede ser diferente, y debe ser diferente. Por ello, es imposible pretender vivir en el mundo de Dios bajo sus términos y realizar su obra en concordancia con lo que Él es, sin involucrarnos en la práctica de la oración.
El ejemplo de Jesús: contender en oración con el status quo.
En la vida de nuestro Señor, la intercesión precedió las grandes decisiones de su vida, tal como la elección de los discípulos (Lucas 6:12). Verdaderamente, la única explicación posible de la elección de ese puñado de “nadies” jactanciosos, ignorantes y mal educados como eran, es que Él había orado antes de elegirlos.
En segundo lugar, oraba cuando se encontraba demasiado presionado, cuando los días eran demasiado ocupados y la gente requería, casi a manera de competencia, su atención y facultades (Mateo 14:23).
En tercer lugar, oraba en medio de las grandes crisis y momentos importantes de su vida, como en el bautismo, la transfiguración y la cruz (Lucas 3:21; 9:28,29).
Finalmente, oraba antes de las tentaciones y durante ellas, siendo la ocasión más vívida la de Getsemaní (Mateo 26:36-45). A medida que se acercaba la hora del mal, el contraste entre la forma que Jesús la confrontó y la manera en que lo hicieron los discípulos, es explicado por el hecho de que Él perseveró en la oración y ellos se durmieron desmayando en sus corazones.
Cada una de estás situaciones y tantas otras en la vida de Jesús, presentó la posibilidad de que adoptara una táctica, aceptara una perspectiva o persiguiera algún objetivo que fuera diferente al de Dios. El rechazo de la alternativa está marcado siempre por su intercesión. Fue la forma en cómo Él rechazó vivir en este mundo o hacer la voluntad del Padre que no fuera sino en los términos establecidos por Dios. Como tal, era una rebelión contra el mundo en su anormalidad perversa y caída.
La oración declara que Dios y su mundo están mutuamente opuestos; dormir, desmayar o desalentarse es actuar como si esto no fuera así. Aceptamos resignadamente que la situación es inmutable y que las cosas son lo que siempre serán. Sencillamente, no creemos que la oración pueda cambiar las cosas. Este es un problema que no está relacionado con la práctica de la oración sino con la naturaleza de la misma. O más específicamente, es acerca de la naturaleza de Dios y su relación con este mundo.
A diferencia de la viuda de la parábola, se nos hace fácil llegar a un acuerdo con el mundo caído e injusto que nos rodea, aún cuando se entromete en las instituciones cristianas. No siempre es que no nos damos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, sino que sencillamente nos sentimos totalmente impotentes para cambiar cualquier situación. Sin embargo, y de forma involuntaria, dicha impotencia nos lleva a pactar una tregua con aquello que está mal.
En otras palabras, hemos perdido nuestro enojo, tanto a nivel social de testimonio como ante Dios en la oración. Afortunadamente, Dios no ha perdido el suyo, ya que su ira está en oposición a lo que es completamente erróneo; es el medio por el cual la verdad es puesta en el trono y el error sobre el patíbulo, para siempre. Sin la ira de Dios, no habría razón alguna para vivir moralmente en el mundo y, en realidad, ninguna razón para vivir. Así que la ira de Dios, en dicho sentido, está íntimamente ligada con la intercesión que busca el ascenso de la verdad en toda circunstancia y la correspondiente desaparición de la maldad.
La estructura que Jesús nos dio para que consideremos lo anterior fue el Reino de Dios. El reino es la esfera donde se reconoce la soberanía del rey. Y debido a la naturaleza de nuestro Rey, dicha soberanía se ejerce sobrenaturalmente. Por lo tanto, el ser cristiano no es simplemente cuestión de haber tenido la experiencia religiosa adecuada, sino mas bien la de comenzar a vivir en dicha esfera, la cual es auténticamente divina. Nuestra debilidad en la oración sucede porque hemos perdido de vista todo lo anterior, y mientras no recuperemos esa visión no podremos persistir en nuestro papel como litigantes. Pero existen motivos suficientes para recuperarla y aprovechar nuestra oportunidad, ya que el Juez ante el cual comparecemos no es ni ateo ni corrupto, sino el glorioso Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. ¿Cree, entonces, que Él dejará de hacer justicia a sus escogidos que claman a Él día y noche? (Lucas 18:7). ¿Los seguirá haciendo a un lado? Os digo, declara nuestro Señor, que pronto les hará justicia (Lucas 18:8).
La oración y la Palabra de Dios son las armas mas poderosas de las cuales dispone el cristiano para combatir las fuerzas espirituales de las tinieblas. Si la palabra de Dios es una espada, entonces las oraciones son flechas que pueden lanzarse contra el enemigo cercano o lejano. Se ha dicho, con mucha razón, que “el ejército de Dios avanza de rodillas”.
"¿Cuál es, entonces, la naturaleza de la oración de intercesión? Es, es esencia, una rebelión: rebelión contra el mundo en su naturaleza caída; la absoluta y continua oposición a aceptar como normal aquello que definitivamente es anormal."
Fuente: Autor y editor general: Jonatán P. Lewis, “MISIÓN MUNDIAL: PROPÓSITO Y PLAN DE DIOS” 4ª. Edición, Tomo 1. Lección 12, páginas 112 a la 116.
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La degradación de la intercesión en presencia de la resignación tiene un origen histórico interesante. Es el caso de los estoicos, quienes decían que dicha clase de oración se rehusaba a aceptar el mundo existente como una expresión de la voluntad de Dios. Supuestamente, uno trata de escapar del mundo a través del intento de cambiarlo. Eso, decían ellos, era malo. Un argumento similar se encuentra en el budismo. Y el mismo resultado, aunque alcanzado mediante un proceso de razonamiento diferente, se encuentra comúnmente en nuestra cultura secular, en donde se ve a la vida como un fin en si. La vida, según lo creen, está separada de cualquier relación con Dios, entonces, Dios puede estar presente y activo en el mundo, pero no es una presencia y una actividad que cambia nada.
Contra todo esto, debe afirmarse que la oración de intercesión sólo florece cuando creemos dos cosas: primero, que el nombre de Dios es santificado muy irregularmente. Segundo, que Dios mismo puede cambiar dicha situación. Por lo tanto, la intercesión es la expresión de que la vida, tal como la enfrentamos puede ser diferente, y debe ser diferente. Por ello, es imposible pretender vivir en el mundo de Dios bajo sus términos y realizar su obra en concordancia con lo que Él es, sin involucrarnos en la práctica de la oración.
El ejemplo de Jesús: contender en oración con el status quo.
En la vida de nuestro Señor, la intercesión precedió las grandes decisiones de su vida, tal como la elección de los discípulos (Lucas 6:12). Verdaderamente, la única explicación posible de la elección de ese puñado de “nadies” jactanciosos, ignorantes y mal educados como eran, es que Él había orado antes de elegirlos.
En segundo lugar, oraba cuando se encontraba demasiado presionado, cuando los días eran demasiado ocupados y la gente requería, casi a manera de competencia, su atención y facultades (Mateo 14:23).
En tercer lugar, oraba en medio de las grandes crisis y momentos importantes de su vida, como en el bautismo, la transfiguración y la cruz (Lucas 3:21; 9:28,29).
Finalmente, oraba antes de las tentaciones y durante ellas, siendo la ocasión más vívida la de Getsemaní (Mateo 26:36-45). A medida que se acercaba la hora del mal, el contraste entre la forma que Jesús la confrontó y la manera en que lo hicieron los discípulos, es explicado por el hecho de que Él perseveró en la oración y ellos se durmieron desmayando en sus corazones.
Cada una de estás situaciones y tantas otras en la vida de Jesús, presentó la posibilidad de que adoptara una táctica, aceptara una perspectiva o persiguiera algún objetivo que fuera diferente al de Dios. El rechazo de la alternativa está marcado siempre por su intercesión. Fue la forma en cómo Él rechazó vivir en este mundo o hacer la voluntad del Padre que no fuera sino en los términos establecidos por Dios. Como tal, era una rebelión contra el mundo en su anormalidad perversa y caída.
La oración declara que Dios y su mundo están mutuamente opuestos; dormir, desmayar o desalentarse es actuar como si esto no fuera así. Aceptamos resignadamente que la situación es inmutable y que las cosas son lo que siempre serán. Sencillamente, no creemos que la oración pueda cambiar las cosas. Este es un problema que no está relacionado con la práctica de la oración sino con la naturaleza de la misma. O más específicamente, es acerca de la naturaleza de Dios y su relación con este mundo.
A diferencia de la viuda de la parábola, se nos hace fácil llegar a un acuerdo con el mundo caído e injusto que nos rodea, aún cuando se entromete en las instituciones cristianas. No siempre es que no nos damos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, sino que sencillamente nos sentimos totalmente impotentes para cambiar cualquier situación. Sin embargo, y de forma involuntaria, dicha impotencia nos lleva a pactar una tregua con aquello que está mal.
En otras palabras, hemos perdido nuestro enojo, tanto a nivel social de testimonio como ante Dios en la oración. Afortunadamente, Dios no ha perdido el suyo, ya que su ira está en oposición a lo que es completamente erróneo; es el medio por el cual la verdad es puesta en el trono y el error sobre el patíbulo, para siempre. Sin la ira de Dios, no habría razón alguna para vivir moralmente en el mundo y, en realidad, ninguna razón para vivir. Así que la ira de Dios, en dicho sentido, está íntimamente ligada con la intercesión que busca el ascenso de la verdad en toda circunstancia y la correspondiente desaparición de la maldad.
La estructura que Jesús nos dio para que consideremos lo anterior fue el Reino de Dios. El reino es la esfera donde se reconoce la soberanía del rey. Y debido a la naturaleza de nuestro Rey, dicha soberanía se ejerce sobrenaturalmente. Por lo tanto, el ser cristiano no es simplemente cuestión de haber tenido la experiencia religiosa adecuada, sino mas bien la de comenzar a vivir en dicha esfera, la cual es auténticamente divina. Nuestra debilidad en la oración sucede porque hemos perdido de vista todo lo anterior, y mientras no recuperemos esa visión no podremos persistir en nuestro papel como litigantes. Pero existen motivos suficientes para recuperarla y aprovechar nuestra oportunidad, ya que el Juez ante el cual comparecemos no es ni ateo ni corrupto, sino el glorioso Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. ¿Cree, entonces, que Él dejará de hacer justicia a sus escogidos que claman a Él día y noche? (Lucas 18:7). ¿Los seguirá haciendo a un lado? Os digo, declara nuestro Señor, que pronto les hará justicia (Lucas 18:8).
La oración y la Palabra de Dios son las armas mas poderosas de las cuales dispone el cristiano para combatir las fuerzas espirituales de las tinieblas. Si la palabra de Dios es una espada, entonces las oraciones son flechas que pueden lanzarse contra el enemigo cercano o lejano. Se ha dicho, con mucha razón, que “el ejército de Dios avanza de rodillas”.
"¿Cuál es, entonces, la naturaleza de la oración de intercesión? Es, es esencia, una rebelión: rebelión contra el mundo en su naturaleza caída; la absoluta y continua oposición a aceptar como normal aquello que definitivamente es anormal."
Fuente: Autor y editor general: Jonatán P. Lewis, “MISIÓN MUNDIAL: PROPÓSITO Y PLAN DE DIOS” 4ª. Edición, Tomo 1. Lección 12, páginas 112 a la 116.
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