LA PALABRA DE DIOS PERMANECE Parte II
Por John Piper | Escritura: Romanos 9:6–13 |
Tópico: Historia de la Redención
Serie: Romanos: La Carta más Grandiosa Jamás Escrita
Romanos 9:6–13
Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque no todos los descendientes de Israel son Israel; ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham, sino que por Isaac será llamada tu descendencia. Esto es, no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes. Porque esta es una palabra de promesa: Por este tiempo volveré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino que también Rebeca, cuando concibió mellizos de uno, nuestro padre Isaac (porque aún cuando los mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo, para que el propósito de Dios conforme a su elección permaneciera, no por las obras, sino por aquel que llama), se le dijo a ella: El mayor servirá al menor. Tal como está escrito: A Jacob ame, pero a Esaú aborrecí”.
La incredulidad y condenación de muchos Israelitas en los días de Pablo y en los nuestros, crea una crisis personal y teológica para todos los cristianos. ¿Podemos creer en las promesas de Dios? En el versículo tres aprendemos que muchos judíos están malditos y separados de Cristo. Pablo lo dice con dolor y angustia. Los versículos 4 al 5 intensifican la crisis: son israelitas, se les dieron promesas, el pacto, y la adopción como hijos. Pero ahora están pereciendo, son separados del Mesías. Esta es la crisis con que Pablo trata en estos versículos.
Su respuesta está en el versículo 6a: “No es que la palabra de Dios haya fallado”. ¿Como pues? Sus bases para esta afirmación están en el versículo 6b: “Porque no todos los descendientes de Israel son Israel”. En otras palabras, las promesas de salvación de Dios se aplicaban solo al Israel dentro de Israel —el verdadero Israel.
Lo dice tres veces. Otra vez en el versículo 7: “ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham”. Y de nuevo en el versículo 8: “no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes”. En otras palabras: Existen dos Israel espirituales dentro del Israel étnico; hay dos clases de descendientes entre los descendientes de Abraham; y estos verdaderos hijos de Abraham y este verdadero Israel son los hijos de Dios, hijos de la promesa, no solo hijos de la carne.
La palabra de Dios no ha fallado, solo se aplica a los verdaderos hijos de Dios. Y estos son salvos. Ese es el argumento.
El sostén bíblico para este argumento proviene de dos ilustraciones del Antiguo Testamento que muestran que Dios estaba eligiendo a algunos descendientes de Israel como hijos de la promesa, y a otros no. La primera ilustración fue Isaac e Ismael, que vimos la semana pasada. Dios no solo escogió a Isaac para que fuera heredero de las promesas, sino que lo hizo de una forma que mostraba el poder y la libertad de Dios para crear hijos de la promesa. Por ejemplo, en el versículo 9 dice, “Porque esta es una palabra de promesa: Por este tiempo volveré, y Sara tendrá un hijo”. Aquí el mensaje es que Isaac se volvió hijo de la promesa debido a la libre y soberana obra creadora de Dios. Sara era estéril; Abraham estaba viejo. Y Dios dice: “volveré”. No será por medio de Agar. El hijo de la promesa definitivamente nacerá por mi poderosa promesa, no por medio de recursos humanos. Esa es la clave. Los hijos de la promesa son hijos de Dios, porque Dios decidió libre y soberanamente hacerlos hijos suyos.
La Ilustración de Jacobo y Esaú
Hoy consideraremos la segunda ilustración del Antiguo Testamento —Jacobo y Esaú. Pablo sigue ilustrando que dentro de los descendientes físicos de Israel, hay un verdadero Israel elegido por Dios. Aquí, más explícitamente que nunca, Pablo deja en claro que la elección de Dios —la libre e incondicional forma en que Dios escoge a los hijos de la promesa— es lo que garantiza que la palabra de Dios no ha fallado, ni nunca podrá fallar.
Comencemos leyendo en el versículo 10. “Y no sólo esto [no solo se ve la misma enseñanza en el caso de Isaac e Ismael], sino que también Rebeca [la esposa de Isaac], cuando concibió mellizos de uno, nuestro padre Isaac”. Note qué es lo que Pablo está haciendo aquí. El está señalando hacia dos realidades que hacen que la elección de Jacobo y no de Esaú, sea una ilustración (sobre la elección incondicional de Dios) aún más convincente que la ilustración de Isaac e Ismael.
La primera realidad es que Jacobo y Esaú eran gemelos. Estaban en la misma matriz. Esto enfoca la atención al hecho de que las diferencias entre ellos eran mínimas. Las condiciones de sus nacimientos van a ser casi idénticas. De modo que cualquier elección entre ellos se basará en Dios, no en ellos.
La segunda diferencia de esta ilustración con relación a la ilustración de Isaac e Ismael, es que Jacobo y Esaú fueron concebidos por los mismos Padres. Noten en el versículo 10 las palabras, “Rebeca [...] concibió mellizos de uno”. Es posible que en el caso de Ismael alguien dijera, «Por supuesto que Dios no lo escogió como hijo de la promesa. Él no tenía una madre judía. Agar era gentil». Pero Pablo dice: «No, no comprendieron el mensaje, y les explicaré mejor con el caso de Jacobo y Esaú. Estaban en la misma matriz y tenían un mismo padre, no eran de padres diferentes». Pablo está enfrentando continuamente las características humanas que pudieran forzar a Dios a elegir a uno por encima de otro. Está diciendo que esta elección dependía de Dios, no del hombre.
Después, en el versículo 11, Pablo explica con muchísima más claridad la incondicionalidad de la elección de Dios: "porque aún cuando los mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo [salten hasta la sentencia principal del versículo 12] se le dijo a ella: El mayor servirá al menor”. La cita de Génesis 25:23 solo aclara que Dios decidió el destino de estos dos hijos, y las naciones a las que representaban cada uno, desde antes que nacieran. Y para dejárnoslo aún más claro, Pablo no solo dice que no habían nacido aún cuando Dios decidió sus destinos, sino que también dice, “y no habían hecho nada, ni bueno ni malo”. Y para eliminar la posible objeción de que Dios escoge al mayor porque el mayor lo merece, Dios termina escogiendo al menor.
Es por esto que hablamos de la doctrina de la elección incondicional. Dios elige a Jacobo por encima de Esaú antes de que hubieran nacido o hecho algún bien o mal. No fue su actitud, o su fe, o sus padres, lo que motivó a Dios a escoger a Jacobo y no a Esaú.
Esta Enseñanza no anula la legitimidad de nuestras elecciones ni la necesidad de la obediencia a la fe.
Antes de que veamos el resto del texto permítanme asegurarme de que no están saltando a conclusiones no bíblicas y carentes de base. Esta enseñanza de Romanos 9 no contradice la verdad de que Jacob y Esaú, y usted y yo, tomamos decisiones en la vida; y seremos responsables por esas decisiones. Si Jacob se salva, será por la fe. Y si finalmente Esaú es condenado, será condenado por sus malas obras y por su incredulidad. Y para estar perdidos debemos haber pecado y no haber creído. Nadie se podrá parar sobre el borde del precipicio del infierno y decir: «Yo no merezco esto».
Si desea leer la Primera parte de este mensaje, haga click aquí. Ahora, si desea continuar con la Tercera parte, haga click aquí.
Por John Piper | Escritura: Romanos 9:6–13 |
Tópico: Historia de la Redención
Serie: Romanos: La Carta más Grandiosa Jamás Escrita
Romanos 9:6–13
Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque no todos los descendientes de Israel son Israel; ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham, sino que por Isaac será llamada tu descendencia. Esto es, no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes. Porque esta es una palabra de promesa: Por este tiempo volveré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino que también Rebeca, cuando concibió mellizos de uno, nuestro padre Isaac (porque aún cuando los mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo, para que el propósito de Dios conforme a su elección permaneciera, no por las obras, sino por aquel que llama), se le dijo a ella: El mayor servirá al menor. Tal como está escrito: A Jacob ame, pero a Esaú aborrecí”.
La incredulidad y condenación de muchos Israelitas en los días de Pablo y en los nuestros, crea una crisis personal y teológica para todos los cristianos. ¿Podemos creer en las promesas de Dios? En el versículo tres aprendemos que muchos judíos están malditos y separados de Cristo. Pablo lo dice con dolor y angustia. Los versículos 4 al 5 intensifican la crisis: son israelitas, se les dieron promesas, el pacto, y la adopción como hijos. Pero ahora están pereciendo, son separados del Mesías. Esta es la crisis con que Pablo trata en estos versículos.
Su respuesta está en el versículo 6a: “No es que la palabra de Dios haya fallado”. ¿Como pues? Sus bases para esta afirmación están en el versículo 6b: “Porque no todos los descendientes de Israel son Israel”. En otras palabras, las promesas de salvación de Dios se aplicaban solo al Israel dentro de Israel —el verdadero Israel.
Lo dice tres veces. Otra vez en el versículo 7: “ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham”. Y de nuevo en el versículo 8: “no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes”. En otras palabras: Existen dos Israel espirituales dentro del Israel étnico; hay dos clases de descendientes entre los descendientes de Abraham; y estos verdaderos hijos de Abraham y este verdadero Israel son los hijos de Dios, hijos de la promesa, no solo hijos de la carne.
La palabra de Dios no ha fallado, solo se aplica a los verdaderos hijos de Dios. Y estos son salvos. Ese es el argumento.
El sostén bíblico para este argumento proviene de dos ilustraciones del Antiguo Testamento que muestran que Dios estaba eligiendo a algunos descendientes de Israel como hijos de la promesa, y a otros no. La primera ilustración fue Isaac e Ismael, que vimos la semana pasada. Dios no solo escogió a Isaac para que fuera heredero de las promesas, sino que lo hizo de una forma que mostraba el poder y la libertad de Dios para crear hijos de la promesa. Por ejemplo, en el versículo 9 dice, “Porque esta es una palabra de promesa: Por este tiempo volveré, y Sara tendrá un hijo”. Aquí el mensaje es que Isaac se volvió hijo de la promesa debido a la libre y soberana obra creadora de Dios. Sara era estéril; Abraham estaba viejo. Y Dios dice: “volveré”. No será por medio de Agar. El hijo de la promesa definitivamente nacerá por mi poderosa promesa, no por medio de recursos humanos. Esa es la clave. Los hijos de la promesa son hijos de Dios, porque Dios decidió libre y soberanamente hacerlos hijos suyos.
La Ilustración de Jacobo y Esaú
Hoy consideraremos la segunda ilustración del Antiguo Testamento —Jacobo y Esaú. Pablo sigue ilustrando que dentro de los descendientes físicos de Israel, hay un verdadero Israel elegido por Dios. Aquí, más explícitamente que nunca, Pablo deja en claro que la elección de Dios —la libre e incondicional forma en que Dios escoge a los hijos de la promesa— es lo que garantiza que la palabra de Dios no ha fallado, ni nunca podrá fallar.
Comencemos leyendo en el versículo 10. “Y no sólo esto [no solo se ve la misma enseñanza en el caso de Isaac e Ismael], sino que también Rebeca [la esposa de Isaac], cuando concibió mellizos de uno, nuestro padre Isaac”. Note qué es lo que Pablo está haciendo aquí. El está señalando hacia dos realidades que hacen que la elección de Jacobo y no de Esaú, sea una ilustración (sobre la elección incondicional de Dios) aún más convincente que la ilustración de Isaac e Ismael.
La primera realidad es que Jacobo y Esaú eran gemelos. Estaban en la misma matriz. Esto enfoca la atención al hecho de que las diferencias entre ellos eran mínimas. Las condiciones de sus nacimientos van a ser casi idénticas. De modo que cualquier elección entre ellos se basará en Dios, no en ellos.
La segunda diferencia de esta ilustración con relación a la ilustración de Isaac e Ismael, es que Jacobo y Esaú fueron concebidos por los mismos Padres. Noten en el versículo 10 las palabras, “Rebeca [...] concibió mellizos de uno”. Es posible que en el caso de Ismael alguien dijera, «Por supuesto que Dios no lo escogió como hijo de la promesa. Él no tenía una madre judía. Agar era gentil». Pero Pablo dice: «No, no comprendieron el mensaje, y les explicaré mejor con el caso de Jacobo y Esaú. Estaban en la misma matriz y tenían un mismo padre, no eran de padres diferentes». Pablo está enfrentando continuamente las características humanas que pudieran forzar a Dios a elegir a uno por encima de otro. Está diciendo que esta elección dependía de Dios, no del hombre.
Después, en el versículo 11, Pablo explica con muchísima más claridad la incondicionalidad de la elección de Dios: "porque aún cuando los mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo [salten hasta la sentencia principal del versículo 12] se le dijo a ella: El mayor servirá al menor”. La cita de Génesis 25:23 solo aclara que Dios decidió el destino de estos dos hijos, y las naciones a las que representaban cada uno, desde antes que nacieran. Y para dejárnoslo aún más claro, Pablo no solo dice que no habían nacido aún cuando Dios decidió sus destinos, sino que también dice, “y no habían hecho nada, ni bueno ni malo”. Y para eliminar la posible objeción de que Dios escoge al mayor porque el mayor lo merece, Dios termina escogiendo al menor.
Es por esto que hablamos de la doctrina de la elección incondicional. Dios elige a Jacobo por encima de Esaú antes de que hubieran nacido o hecho algún bien o mal. No fue su actitud, o su fe, o sus padres, lo que motivó a Dios a escoger a Jacobo y no a Esaú.
Esta Enseñanza no anula la legitimidad de nuestras elecciones ni la necesidad de la obediencia a la fe.
Antes de que veamos el resto del texto permítanme asegurarme de que no están saltando a conclusiones no bíblicas y carentes de base. Esta enseñanza de Romanos 9 no contradice la verdad de que Jacob y Esaú, y usted y yo, tomamos decisiones en la vida; y seremos responsables por esas decisiones. Si Jacob se salva, será por la fe. Y si finalmente Esaú es condenado, será condenado por sus malas obras y por su incredulidad. Y para estar perdidos debemos haber pecado y no haber creído. Nadie se podrá parar sobre el borde del precipicio del infierno y decir: «Yo no merezco esto».
Solo un texto para mostrar esto: Romanos 2:7-8, “[Dios] pagará a cada uno conforme a sus obras:a los que por la perseverancia en hacer el bien buscan gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; pero a los que son ambiciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia: ira e indignación”. En otras palabras, la elección incondicional no contradice la necesidad de obedecer a la fe para alcanzar la salvación final, o la necesidad de la desobediencia y de la incredulidad para conseguir la condenación. Lo que hace la elección incondicional, es golpear desde la salvación oculta todo cimiento de jactancia humana, y reemplazarlo con el amor y propósito de Dios, inquebrantable y selectivo (v.11b).
La voluntad de creer es salvación, y la voluntad de no creer es condenación. Somos responsables de ambas. Pero por debajo de las dos está la libre e incondicional elección de Dios quien determina quién será salvo y quién no. Los elegidos creen. Los no elegidos no creen. Nosotros no somos seres soberanos, auto determinantes, o autónomos. Solo Dios lo es. Cómo hace Dios para que los hombres crean o no crean sin socavar nuestra responsabilidad, es algo que todavía no logro comprender del todo.
Si esto es demasiado para que su mente lo soporte, es mejor que su mente se quebrante, y no que se quebranten Las Escrituras. Y mejor aún sería dejar que su mente y corazón se ensanchen en lugar de quebrarse, para que puedan contener todo lo que Las Escrituras enseñan.
“A Jacob Amé...”
Ahora bien, con esa aclaración en su debido lugar consideremos el versículo 13. Después de decir, en el versículo 12, que Dios determinó el destino de Jacob y de Esaú antes de que hubieran nacido o hecho bien o mal alguno, Pablo utiliza una cita del Antiguo Testamento para reafirmar lo que dice: “Como está escrito: A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí [Malaquías 1:2-3]".
¿Qué vio Pablo en esta cita de Malaquías que la hizo apropiada para ser utilizada en este sentido, para reafirmar la elección incondicional de Jacob por encima de Esaú? Leámosla con su contexto. Lo que veremos es que la manera de argumentar de Malaquías es exactamente la misma de Pablo. Malaquías 1:1:
“Profecía de la palabra del Señor a Israel por medio de Malaquías. Yo os he amado—dice el Señor—. Pero vosotros decís: ¿En qué nos has amado? ¿No era Esaú hermano de Jacob?—declara el Señor—. Sin embargo, yo amé a Jacob, y aborrecí a Esaú, e hice de sus montes desolación, y di su heredad a los chacales del desierto”.
¿Ven como explica Dios su amor por Jacob? Ellos le dicen, “¿En qué nos has amado?” Y Dios responde, “¿No era Esaú hermano de Jacob?” En otras palabras, « ¿No tenía Esaú tanto derecho como Jacob para ser elegido, como ustedes? ¿No era hijo de Isaac? ¿No era un gemelo en la misma matriz junto con ustedes? ¿No era él, mas aún, el hermano mayor de ustedes? Aún con todo, Yo los escojo a ustedes». El objetivo de la pregunta, “¿No era Esaú hermano de Jacob?” es exactamente el mismo que tiene Pablo. Pablo lo vio en Génesis, y lo vio en Malaquías. Jacob y Esaú tenían la misma pretensión en la elección de Dios, o sea, ninguna. Y Dios escoge a Jacob incondicionalmente. Eso es lo que significa “yo amé a Jacob”. De hecho, nunca comprenderemos o experimentaremos la totalidad del amor de Dios, hasta que entendamos lo que significa ser elegidos libremente por Dios, sin haber tenido en cuenta nada que tengamos.
“...Pero a Esaú Aborrecí”
Ahora, ¿qué significan estas palabras: “Pero a Esaú aborrecí”? Pienso que ahora debemos dejar a un lado toda especulación, y extraer el significado con exactitud del contexto en Malaquías y en Romanos 9. Leamos Malaquías 1:3-4, “aborrecí a Esaú, e hice de sus montes desolación, y di su heredad a los chacales del desierto. Aunque Edom [equivalente a Esaú] dice: Hemos sido destruidos, pero volveremos y edificaremos las ruinas, el Señor de los ejércitos dice así: Ellos edificarán, pero yo destruiré. Y los llamarán territorio impío y pueblo contra quien el Señor está indignado para siempre”.
El versículo 4 señala dos maneras de interpretar el odio de Dios:
La primera es vista en la palabra “impío”. Cerca del final del versículo 4 Dios dice, “Y los llamarán territorio impío”. “Aborrecí a Esaú [...] yo destruiré. Y los llamarán territorio impío”. En otras palabras, Dios los entrega a la impiedad. Esto es importante en precisamente por lo que dijimos anteriormente acerca de la condicionalidad del juicio final de Dios. Dios no está sometiendo a juicio a un Esaú, o Edom, inocente. Edom fue juzgado como impío. Cuando Dios pasó por alto a Esaú y escogió a Jacob antes de que nacieran, no había sido establecido un decreto que dijera un Esaú inocente sería juzgado. Más bien, lo que Dios decretó fue pasar por alto a Esaú, conteniendo su amor selectivo, y entregando a Esaú a la impiedad. Y como Esaú obraba con impiedad, era responsable por esa impiedad y merecía la indignación y el juicio de Dios.
Lo que nos lleva hacia la segunda interpretación del odio de Dios. Al final del versículo 4: “Y los llamarán territorio impío y pueblo contra quien el Señor está indignado para siempre”. En cierto sentido usted podría decir que en el odio de Dios hay un lado pasivo y uno activo. Pasivamente, el retiene su amor selectivo hacia Esaú, y lo entrega solo a Jacob, Y entrega a Esaú a la impiedad —una impiedad por la que Esaú es realmente responsable y condenable. Y activamente, Dios está indignado con esta impiedad por siempre. Y si finalmente Esaú es condenado, no será capaz de decir “yo no merezco condenación”. Sus propios pecados cerrarán su boca y su propia conciencia le condenará.
Y Jacob por la otra parte, temblará de temor y se maravillará por que fue elegido para creer y ser salvo.
¡Tenga Cuidado!
¡Oh Bethlehem tengamos cuidado! Tengamos cuidado de no jugar a ser Dios y decirle a Dios en qué forma debe salvar. Tengamos cuidado de no irnos por encima de Las Escrituras y exigir qué debería ser de una u otra forma. Tengamos cuidado de no asumir que nuestro corazón es lo suficientemente bueno como para juzgar la bondad de Dios. O lo suficientemente sabio como para juzgar la sabiduría de Dios. Hay miles de razones por las que Dios hace lo que hace, razones que nosotros no alcanzamos a comprender. “Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios” (Deuteronomio 29:29). ¿Cómo terminan estos capítulos?
“¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues, ¿quien ha conocido la mente del Señor?, ¿o quien llego a ser su consejero?, ¿o quien le ha dado a El primero para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén”. (Romanos 11:33-36)
¿Por qué nos salva Dios de este modo?
Si nos preguntamos por qué salva Dios por medio de esta elección incondicional, habrá varias respuestas en este capítulo 9. Dios no se opone a las preguntas humildes y honestas. Y eso nos lleva más allá de donde muchos están dispuestos a llegar. La primera respuesta está en el versículo 11b. ¿Por qué Dios eligió a Jacob y no a Esaú aún antes de que nacieran o hubieran hecho bien o mal? Aquí está su respuesta: “para que el propósito de Dios conforme a su elección permaneciera, no por las obras, sino por aquel que llama”.
Y esto es tan importante, que lo tengo que dejar para la próxima semana, y dedicarle todo un sermón. Pero ustedes pueden ver la relación que esta verdad tiene con el versículo 6 y el propósito global de este capítulo. La Palabra de Dios no ha fallado. Podemos contar con las promesas de Romanos 8. ¿Por qué? Porque Dios ha elegido salvar a su pueblo de modo que, como dice el versículo 11, su propósito permanezca —Él es invencible. A Él sea la gloria.
La creación del universo, la historia del mundo, el plan de salvación, la venida de Jesucristo, su muerte y resurrección por los pecadores, y el don de su propia fe —son todos para la gloria de Dios. Busquen a Jesucristo, busquen la Palabra de Dios. Y oren con el salmista: “Abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley”. Después eliminen todos sus temores. Amén.
La voluntad de creer es salvación, y la voluntad de no creer es condenación. Somos responsables de ambas. Pero por debajo de las dos está la libre e incondicional elección de Dios quien determina quién será salvo y quién no. Los elegidos creen. Los no elegidos no creen. Nosotros no somos seres soberanos, auto determinantes, o autónomos. Solo Dios lo es. Cómo hace Dios para que los hombres crean o no crean sin socavar nuestra responsabilidad, es algo que todavía no logro comprender del todo.
Si esto es demasiado para que su mente lo soporte, es mejor que su mente se quebrante, y no que se quebranten Las Escrituras. Y mejor aún sería dejar que su mente y corazón se ensanchen en lugar de quebrarse, para que puedan contener todo lo que Las Escrituras enseñan.
“A Jacob Amé...”
Ahora bien, con esa aclaración en su debido lugar consideremos el versículo 13. Después de decir, en el versículo 12, que Dios determinó el destino de Jacob y de Esaú antes de que hubieran nacido o hecho bien o mal alguno, Pablo utiliza una cita del Antiguo Testamento para reafirmar lo que dice: “Como está escrito: A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí [Malaquías 1:2-3]".
¿Qué vio Pablo en esta cita de Malaquías que la hizo apropiada para ser utilizada en este sentido, para reafirmar la elección incondicional de Jacob por encima de Esaú? Leámosla con su contexto. Lo que veremos es que la manera de argumentar de Malaquías es exactamente la misma de Pablo. Malaquías 1:1:
“Profecía de la palabra del Señor a Israel por medio de Malaquías. Yo os he amado—dice el Señor—. Pero vosotros decís: ¿En qué nos has amado? ¿No era Esaú hermano de Jacob?—declara el Señor—. Sin embargo, yo amé a Jacob, y aborrecí a Esaú, e hice de sus montes desolación, y di su heredad a los chacales del desierto”.
¿Ven como explica Dios su amor por Jacob? Ellos le dicen, “¿En qué nos has amado?” Y Dios responde, “¿No era Esaú hermano de Jacob?” En otras palabras, « ¿No tenía Esaú tanto derecho como Jacob para ser elegido, como ustedes? ¿No era hijo de Isaac? ¿No era un gemelo en la misma matriz junto con ustedes? ¿No era él, mas aún, el hermano mayor de ustedes? Aún con todo, Yo los escojo a ustedes». El objetivo de la pregunta, “¿No era Esaú hermano de Jacob?” es exactamente el mismo que tiene Pablo. Pablo lo vio en Génesis, y lo vio en Malaquías. Jacob y Esaú tenían la misma pretensión en la elección de Dios, o sea, ninguna. Y Dios escoge a Jacob incondicionalmente. Eso es lo que significa “yo amé a Jacob”. De hecho, nunca comprenderemos o experimentaremos la totalidad del amor de Dios, hasta que entendamos lo que significa ser elegidos libremente por Dios, sin haber tenido en cuenta nada que tengamos.
“...Pero a Esaú Aborrecí”
Ahora, ¿qué significan estas palabras: “Pero a Esaú aborrecí”? Pienso que ahora debemos dejar a un lado toda especulación, y extraer el significado con exactitud del contexto en Malaquías y en Romanos 9. Leamos Malaquías 1:3-4, “aborrecí a Esaú, e hice de sus montes desolación, y di su heredad a los chacales del desierto. Aunque Edom [equivalente a Esaú] dice: Hemos sido destruidos, pero volveremos y edificaremos las ruinas, el Señor de los ejércitos dice así: Ellos edificarán, pero yo destruiré. Y los llamarán territorio impío y pueblo contra quien el Señor está indignado para siempre”.
El versículo 4 señala dos maneras de interpretar el odio de Dios:
La primera es vista en la palabra “impío”. Cerca del final del versículo 4 Dios dice, “Y los llamarán territorio impío”. “Aborrecí a Esaú [...] yo destruiré. Y los llamarán territorio impío”. En otras palabras, Dios los entrega a la impiedad. Esto es importante en precisamente por lo que dijimos anteriormente acerca de la condicionalidad del juicio final de Dios. Dios no está sometiendo a juicio a un Esaú, o Edom, inocente. Edom fue juzgado como impío. Cuando Dios pasó por alto a Esaú y escogió a Jacob antes de que nacieran, no había sido establecido un decreto que dijera un Esaú inocente sería juzgado. Más bien, lo que Dios decretó fue pasar por alto a Esaú, conteniendo su amor selectivo, y entregando a Esaú a la impiedad. Y como Esaú obraba con impiedad, era responsable por esa impiedad y merecía la indignación y el juicio de Dios.
Lo que nos lleva hacia la segunda interpretación del odio de Dios. Al final del versículo 4: “Y los llamarán territorio impío y pueblo contra quien el Señor está indignado para siempre”. En cierto sentido usted podría decir que en el odio de Dios hay un lado pasivo y uno activo. Pasivamente, el retiene su amor selectivo hacia Esaú, y lo entrega solo a Jacob, Y entrega a Esaú a la impiedad —una impiedad por la que Esaú es realmente responsable y condenable. Y activamente, Dios está indignado con esta impiedad por siempre. Y si finalmente Esaú es condenado, no será capaz de decir “yo no merezco condenación”. Sus propios pecados cerrarán su boca y su propia conciencia le condenará.
Y Jacob por la otra parte, temblará de temor y se maravillará por que fue elegido para creer y ser salvo.
¡Tenga Cuidado!
¡Oh Bethlehem tengamos cuidado! Tengamos cuidado de no jugar a ser Dios y decirle a Dios en qué forma debe salvar. Tengamos cuidado de no irnos por encima de Las Escrituras y exigir qué debería ser de una u otra forma. Tengamos cuidado de no asumir que nuestro corazón es lo suficientemente bueno como para juzgar la bondad de Dios. O lo suficientemente sabio como para juzgar la sabiduría de Dios. Hay miles de razones por las que Dios hace lo que hace, razones que nosotros no alcanzamos a comprender. “Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios” (Deuteronomio 29:29). ¿Cómo terminan estos capítulos?
“¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues, ¿quien ha conocido la mente del Señor?, ¿o quien llego a ser su consejero?, ¿o quien le ha dado a El primero para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén”. (Romanos 11:33-36)
¿Por qué nos salva Dios de este modo?
Si nos preguntamos por qué salva Dios por medio de esta elección incondicional, habrá varias respuestas en este capítulo 9. Dios no se opone a las preguntas humildes y honestas. Y eso nos lleva más allá de donde muchos están dispuestos a llegar. La primera respuesta está en el versículo 11b. ¿Por qué Dios eligió a Jacob y no a Esaú aún antes de que nacieran o hubieran hecho bien o mal? Aquí está su respuesta: “para que el propósito de Dios conforme a su elección permaneciera, no por las obras, sino por aquel que llama”.
Y esto es tan importante, que lo tengo que dejar para la próxima semana, y dedicarle todo un sermón. Pero ustedes pueden ver la relación que esta verdad tiene con el versículo 6 y el propósito global de este capítulo. La Palabra de Dios no ha fallado. Podemos contar con las promesas de Romanos 8. ¿Por qué? Porque Dios ha elegido salvar a su pueblo de modo que, como dice el versículo 11, su propósito permanezca —Él es invencible. A Él sea la gloria.
La creación del universo, la historia del mundo, el plan de salvación, la venida de Jesucristo, su muerte y resurrección por los pecadores, y el don de su propia fe —son todos para la gloria de Dios. Busquen a Jesucristo, busquen la Palabra de Dios. Y oren con el salmista: “Abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley”. Después eliminen todos sus temores. Amén.
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